La codicia es el deseo excesivo de querer poseer cada vez más (y aquello que se codicia pueden ser tanto bienes materiales como de cualquier otra entidad), aunque eso perjudique a otros. El codicioso es aquel que nunca está conforme con lo que tiene y quiere siempre lo que no tiene, también lo que tienen los demás, y no para hasta conseguirlo. Los codiciosos son espíritus derrochadores, porque no aprecian lo que tienen, y envidiosos porque siempre ansían poseer lo que tienen los demás. Cuando el espíritu pasa de la vanidad primaria a la vanidad avanzada, la codicia material se va transformando en codicia espiritual o absorbencia. Llamamos absorbencia a cuando la persona intenta, consciente o inconscientemente, atraer la atención de otras personas para satisfacción de sí misma, manipulando los sentimientos para que los demás estén pendientes de ella el máximo tiempo posible, sin preocuparse de si de esta forma vulneran o fuerzan el libre albedrío de la persona a la que quieren absorber. Por ello, la persona dominada por la absorbencia tiene gran dificultad en respetar a los demás, ya que suele pensar solo en sí misma. La persona absorbente busca llamar la atención a toda costa y suele utilizar el victimismo para conseguirlo. La absorbencia está muy relacionada con el apego y suele ocurrir que ambas formas de egoísmo se dan al mismo tiempo con intensidad semejante, es decir, el que sufre de apego suele ser absorbente. Los celos suelen ser muchas veces una mezcla de apego y absorbencia. A las personas codiciosas-absorbentes se les suele despertar la envidia o el sentimiento de animadversión hacia aquellos que poseen lo que uno desea y no tiene, y este objeto de deseo puede ser una posesión material en el codicioso o espiritual en el absorbente.
¿Entonces es incorrecto pedir que a uno le dediquen atención, pues necesita que le quieran, porque corremos el riesgo de ser absorbentes?
Al contrario. Todos necesitamos ser queridos. Es bueno admitirlo y pedir lo que necesitamos, ya que forma parte de la expresión de nuestros sentimientos.
¿Entonces, cuál es la frontera entre pedir que nos quieran y ser absorbentes?
Cuando se pide de forma sincera, sin obligar, sin engañar, sin manipular, no se es absorbente. Se es absorbente cuando se obliga, se engaña y manipula, en definitiva, cuando se vulnera el libre albedrío de los demás. Además, muchas veces no se pide amor, solo se pide una complacencia. El amor se ha de dar libremente, si no, no es amor, es obligación. Por tanto es incorrecto exigir que determinadas personas nos quieran, solo porque nosotros creamos que nos deben querer o atender, porque son familiares o allegados y están obligados a ello.
¿Cómo evoluciona la absorbencia a medida que se va avanzando espiritualmente?
De manera semejante al apego. Como digo, la absorbencia se inicia en la etapa de la vanidad avanzada como una derivación de la codicia y no se supera totalmente hasta el final de la etapa de la soberbia. A medida que el espíritu adquiere mayor capacidad de amar se va llenando más con los propios sentimientos, y se vuelve menos dependiente emocionalmente de los demás, con lo cual, ante el avance de la generosidad emocional, la absorbencia va perdiendo fuerza poco a poco. En el orgullo y la soberbia la absorbencia disminuye progresivamente.
Agresividad (odio, rencor, rabia, ira, impotencia, culpabilidad).
En el término agresividad incluimos todos aquellos egosentimientos relacionados con el impulso de agredir, de hacer daño, bien sea a los demás o a uno mismo, como el odio, el rencor, la rabia, la ira, la impotencia y la culpabilidad.
La agresividad se despierta generalmente motivada por un estímulo exterior, una circunstancia que la persona se toma como un ataque a sí mismo o un obstáculo que le impide satisfacer sus deseos o anhelos. Es una degeneración del instinto de supervivencia. La agresividad puede ser una manifestación de cualquiera de los defectos, pero la razón por la cual se despierta es diferente en cada uno de ellos. En el vanidoso, la agresividad se manifiesta cuando este intenta llamar la atención o ser el centro de atención y no lo consigue, o satisfacer algún deseo y no se ve complacido, o doblegar alguna voluntad sin conseguirlo. Entonces recurre a la agresividad como una forma de imponer a los demás lo que busca. En el orgulloso y en el soberbio la agresividad se suele despertar de una manera más puntual pero con episodios que pueden ser más violentos. Se activa cuando no se les da la razón en algo de lo que están convencidos, cuando se sienten impotentes para solucionar alguna situación que no se resuelve como ellos quisieran, cuando se reprimen de hacer o expresar lo que sienten, o por haberse sentido heridos en sus sentimientos. Pueden ser más dañinos en estos episodios de ira que el vanidoso, porque tienen tendencia a acumular tensión y cuando pierden el control de sí mismos pueden explotar repentinamente.
Podéis asemejar las distintas agresividades del vanidoso y orgulloso con aquellas de un león y un rinoceronte, respectivamente. El león es agresivo por propia naturaleza, ya que es carnívoro y se alimenta de carne de otros animales, con lo cual la agresividad es innata en él. Esta agresividad es como la del vanidoso. Sin embargo, el rinoceronte es un animal herbívoro y no utiliza la violencia habitualmente, ya que no necesita cazar para alimentarse. Solo atacará en momentos muy puntuales cuando se sienta amenazado o herido. Esta agresividad es como la del orgulloso. La agresividad del soberbio es semejante a la del orgulloso y únicamente se diferencia en el grado, ya que al soberbio es más difícil dañarle en sus sentimientos. Por tanto, también es más difícil que se le despierte la agresividad por este motivo. Pero si se le despierta, puede ser mucho más destructiva que en los demás.
Dentro de la agresividad podemos distinguir diferentes variantes, cada una de ellas con sus matices particulares, que van desde el odio hasta la impotencia, pasando por el rencor y la rabia.
El odio es una agresividad muy intensa y duradera dirigida hacia otros seres. Es el egosentimiento más primitivo y pernicioso que existe, el más dañino, el más alejado del amor. Es el sentimiento máximo de desunión, de rechazo hacia otros seres de la Creación. El odio es propio de los seres más primitivos, menos avanzados, en el aprendizaje del amor. El que odia, llamémosle “odiante”, cree siempre que su odio está justificado, y que puede controlarlo, pero acabará cada vez odiando a más personas y sembrando la desunión entre aquellos que estén a su alcance. Las personas que se dejan arrastrar por el odio son violentas, injustas, fanáticas, despiadadas y destruyen todo lo que tocan. Ya que la gente normal les rehúye, para no sentirse solos buscan encontrar a otros como ellos. Los “odiantes” se suelen afiliar a movimientos radicales y violentos, basados en la justificación del odio a los que ellos consideran diferentes. Pero ese mismo odio acabará por destruirles, porque van acercando al espíritu cada vez más hacia la soledad, la desunión con los otros seres de la Creación. Al fin y al cabo es lo que ellos querían.
La ira o enfado es una agresividad de corta duración, de mayor (ira) o menor (enfado) intensidad. La rabia y la impotencia son estados de agresividad interna más intensos y prolongados en el tiempo, activados por una circunstancia adversa que pueden ser dirigidos tanto contra los demás como contra uno mismo, en el caso de la impotencia, con la circunstancia agravante de la frustración de sentirse imposibilitado para cambiar el curso de los acontecimientos.
Las personas coléricas, irritables, es decir, a las que se les despierta la agresividad muy fácilmente por cualquier motivo banal, suelen ser personas amargadas, insatisfechas consigo mismas y con su vida, que no quieren profundizar en el motivo verdadero de su malestar, por lo que buscan culpables fuera de ellos mismos para autoconvencerse de que es lo exterior y no lo interior el motivo de su malestar, por lo que sufren por no querer avanzar. Se despierta entonces el rencor. Cuando el sentimiento de agresividad o impotencia está dirigido hacia uno mismo estamos entrando en el terreno de la culpabilidad.
La acumulación de agresividad en uno mismo provoca grandes desequilibrios a nivel del cuerpo astral, que si se prolongan acaban provocando enfermedades físicas. Por ejemplo, el odio contenido provoca enfermedades del hígado y la vesícula biliar. La impotencia provoca trastornos digestivos. La rabia contenida y el rencor acumulados provocan problemas en la dentadura (dolor de muelas y caries). La agresividad contra uno mismo o culpabilidad provoca enfermedades autoinmunes.
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