miércoles, 31 de enero de 2018

CSM (20) Cap. VII: Control, Purificacion y Educacion de las emociones. (3)

La investigación Oculta ha mostrado también que cuando el cuerpo emocional empieza a vibrar a cierta tasa específica, debido a la presencia de determinada emoción, la violenta agitación que se produce tiene el efecto de lanzar fuera algún material que no está en consonancia con la vibración, y además tomar de la atmósfera emocional circundante cierta cantidad de material que sí puede vibrar a la misma tasa. Como resultado de esto, cada vibración causada en el cuerpo emocional por una emoción, aumenta la proporción de los componentes que puedan vibrar a esa tasa particular, y disminuye correspondientemente la proporción de otros componentes que no pueden vibrar a esa misma tasa. De este modo la propensión a experimentar cierta emoción crece a medida que dejamos que esa emoción se exprese repetidamente en nuestro cuerpo emocional. Y en cambio, cuanto menos ocasión le damos a una clase particular de emoción para expresarse por medio de nuestro cuerpo, más débil será la respuesta a esa vibración ante un impacto externo o interno.

De esto se deduce que la constitución y la capacidad vibratoria del cuerpo emocional se modifican por cada deseo emoción que encuentra expresión por medio de ese cuerpoNo existe la más ligera emoción o deseo que no altere en cierta medida la tendencia del cuerpo emocional a volver a vibrar de una manera similar. Por tanto, si constantemente hacemos que se expresen emociones elevadas y deseos nobles, el cuerpo emocional se refinará progresivamente y se capacitará para reproducir vibraciones más finas; en cambio, los deseos y emociones de tipo bajo lo harán más y más tosco y dificultarán la expresión de emociones elevadas.

La recta comprensión de estas leyes, y su aplicación a nuestra vida, constituyen la base de los métodos para purificar y educar las emociones. Veamos primero la cuestión específica de purificarlo. Cuando estudiamos la purificación del cuerpo físico señalamos que purificar cualquier cuerpo significa esencialmente introducir en ese cuerpo aquellos constituyentes que armonizan con el Yo Superior y lo ayudan a expresarse, y eliminar aquellos constituyentes que están en desarmonía y que por tanto estorban la expresión de ese Yo Superior. Pues bien; las energías más sutiles, que tienen su origen en la parte espiritual de nuestra naturaleza, sólo pueden expresarse en el plano emocional si predominan en este cuerpo aquellos constituyentes que puede responder a las vibraciones más sutiles.

Cuanto más refinado esté el cuerpo emocional, más se le facilitará vibrar en respuesta a los impactos de la conciencia Superior, y menos responderá a las vibraciones toscas de la vida mundana ordinaria.

Este refinamiento o purificación del cuerpo emocional se logra, como ya dijimos, por el ejercicio de un control estricto sobre nuestras emociones y deseos, que sólo permita que se expresen aquellas emociones y deseos que estén en armonía con nuestros ideales espirituales. Cuanto más desarrollamos el amor, la reverencia, simpatía, devoción, la compasión y el deseo de servir a nuestros prójimos y a los grandes Maestros de Sabiduría, más fino y puro se volverá nuestro cuerpo emocional. Entonces, el más leve impulso proveniente de nuestro Ser Superior pondrá todo el cuerpo a vibrar armoniosa y delicadamente, y los impulsos violentos o pesados de los planos inferiores no lo afectarán en lo más mínimo. El solo pensar en el Ishta-Devata (el objeto de devoción), causará en el corazón del devoto un afloramiento del amor más profundo y exquisito. Si ha desarrollado en alto grado la simpatía, la sola visión del sufrimiento ajeno atraerá inmediatamente una respuesta de profunda compasión y deseo de aliviar al doliente. Cuando se alcance esta etapa, el cuerpo emocional se habrá convertido realmente en un instrumento idóneo y eficiente del alma, un instrumento vibrante, sensitivo y refinado, capaz de reflejar fielmente la conciencia Superior.

Con respecto al desarrollo de las emociones superiores es necesario recordar que para que se inicie una vibración en el cuerpo emocional se requiere algún tipo de estímulo. Nuestra naturaleza emocional se asemeja algo a un arpa en que sólo cuando tocamos cierta cuerda se produce cierta nota. El secreto para poder despertar una emoción particular que deseamos, consiste en ser capaces de tocar las cuerdas correctas de nuestro instrumento emocional. Las emociones de clase inferior se despiertan fácilmente por estímulos procedentes del mundo externo, porque el cuerpo emocional está acostumbrado a responder a tales estímulos; pero para despertar las emociones de clase superior el estudiante tendrá que penetrar en las regiones internas de su ser para obtener los estímulos necesarios.

Pensamientos de índole elevada proveerán a veces tales estímulos; otras veces la oración sincera ayudará a liberar aquellas energías del alma que encuentran expresión en emociones bellas. De todos modos, esta es una tarea difícil, y sólo con paciencia y persistencia podemos construir una naturaleza emocional bella y refinada. En esta ardua tarea, el estudiante de la Renovación Propia será muy ayudado por la práctica regular de la meditación. Esta abre gradualmente el canal entre el cuerpo emocional y el vehículo Intuicional, y permite que desciendan aquellas energías cuya influencia sobre el cuerpo emocional despiertan las emociones exaltadas y nobles que siempre asociamos con el
desarrollo espiritual.

Hemos de recordar que las emociones más bellas son expresiones de la conciencia Superior en los planos inferiores, y representan una etapa en nuestra evolución. Se vuelven innecesarias y cada vez menos prominentes, cuando se han desarrollado las contrapartes más altas. Así por ejemplo, cuando se ha desarrollado suficientemente la devoción superior (para-bhakti), el devoto se vuelve tranquilo, sereno y completo, y entonces no muestra las emociones violentas, contradictorias y constantemente cambiantes del amor apasionado, de la apatía, de la infelicidad, miseria, etc., que caracterizan las etapas inferiores de devoción.

Por lo general, los santos, sabios y Adeptos no muestran externamente las emociones de compasión, amor, etc. Esto no quiere decir que se han vuelto indiferentes o duros. Ellos son directamente conscientes de la Unidad de la vida y su unidad con esa Vida, y su respuesta a esa Vida o a su expresión en los planos inferiores tiene lugar, por tanto, en un plano mucho más alto, muy por encima del plano emocional.

Puede verse, pues, que el desarrollo de las emociones más finas no es tanto cuestión de construir o crear algo, como de dejar que el esplendor interno irrumpa a través de nuestras mentes. Es en realidad cuestión de purificar la mente, desenvolver nuestra índole espiritual y abrir el pasaje entre lo inferior y lo superior de nuestra naturaleza. Por ejemplo, cuando se ha desarrollado en alto grado la devoción al propio Ishta-devata, y el cuerpo emocional está inundado de un amor que desciende del plano Búddhico, (Intuicional), quedan lavadas, como si dijéramos, todas las impurezas de nuestra naturaleza inferior, y se eliminan rápidamente las emociones de tipo más tosco. Semejante irrupción de intenso amor logra más en la purificación de la mente y en la apertura del canal entre los planos Búddhico y emocional, que largos meses de meditación corriente y de disciplina mental.

El secreto de la Renovación de Sí Mismo para el desenvolvimiento de nuestra naturaleza espiritual, consiste en purificar la mente, en suprimir la corriente mental que oscurece nuestra naturaleza divina, en subordinar el yo inferior al superior, y finalmente, liquidar el yo inferior.


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lunes, 29 de enero de 2018

CSM (19) Cap. VII: Control, Purificacion y Educacion de las emociones. (2)

Algunas personas se preguntarán qué aliciente queda para vivir si uno analiza y escudriña sus deseos y emociones de esta manera implacable; y también dirán que el deleite de la vida depende no sólo de sentir estos deseos y emociones sino de identificarse con ellos e imaginarse que uno es el que los siente. La pregunta es atinada, y ciertamente todos los que tratan de subyugar sus deseos tienen que pasar por la experiencia dura de ver que su vida se vuelve vacía y parece poco digna de vivirse. Muchos aspirantes no pueden encarar esta ordalía; pierden el coraje y vuelven a hundirse en su antigua vida en busca del deleite que da la identificación con su natural de deseos.

Pero según la experiencia de los que se han sostenido firmes en esta clase de disciplinas, esa no es sino una fase pasajera aunque dolorosa, y de ella no debe huir jamás el aspirante al conocimiento espiritual. Una vez subyugada la naturaleza inferior, y aquietado y purificado el cuerpo emocional la luz de la Intuición puede brillar más y más a través de la mente y damos aquella “paz que supera toda comprensión”. Cuando la Intuición irradia de esta manera a la mente, no solamente podemos ver los problemas de la vida en su propia perspectiva y sin engaños, sino que también podemos saborear aquella felicidad (Ananda) que es de nuestra naturaleza esencial. Los goces y placeres de la vida inferior empalidecen a la luz de esta Ananda, tal como las luces artificiales y hasta la de las estrellas y la luna se desvanecen cuando el Sol sale.

Pero para alcanzar esta paz permanente, esta felicidad de la vida superior, debemos ser pacientes, resueltos, intrépidos, dispuestos a prescindir de los placeres y goces temporales de la vida inferior. No descorazonamos cuando la vida nos parece triste y desolada, pues sólo cuando la vida parece estar en pleno reflujo es cuando estamos más cerca de su plenitud. Antes bien, debemos trabajar con más sinceridad e intensidad en la purificación de nuestra naturaleza inferior y en adelgazar el velo que oculta la Luz de la conciencia Alta.

Al tratar de los principios generales pertinentes al control del cuerpo emocional, es necesario también señalar los peligros de la represión. Recientes investigaciones en
psicoanálisis han mostrado los efectos dañinos de reprimir las emociones y deseos. Quienes intentan controlarlos harán bien con familiarizarse ampliamente con los principales resultados de esas investigaciones. No es necesario entrar aquí en detalles sobre esta cuestión, pero la idea básica puede indicarse brevemente. Según estas investigaciones, cualquier deseo o emoción que se reprime a la fuerza, pasa a las regiones subconscientes de la mente, y allí engendra y mantiene ciertos síntomas patológicos que externamente no parecen tener relación con la emoción reprimida. Estos síntomas o grupos de síntomas se conocen técnicamente como “complejos”. Estos complejos constituyen un factor importante en la vida emocional y mental e incluso física, de la persona, y sin ella saberlo influyen poderosamente en su comportamiento. El psicoanálisis ha inventado una técnica para resolver estos complejos y restaurar la psiquis a una condición sana y normal que elimina la tensión no natural.

Se puede o no concordar con las teorías del psicoanálisis; pero el punto que tenemos que anotar es el de que nuestras emociones y deseos representan fuerza psíquica, y ninguna
fuerza, conforme a la ley de conservación de la energía, puede ser aniquilada sino solamente transformada. No se puede destruir una fuerza una vez que ha sido generada;
pero sí se puede determinar la forma que ha de tomar. Cuando se reprime un deseo o emoción, no se afecta la fuente que suministra la energía, la cual queda intacta, sino que se desvía la corriente de energía hacia la mente subconsciente, donde puede tomar toda clase de formas indeseables que finalmente saldrán a la superficie. Si tenemos una tubería de agua sin grifo y queremos detener el flujo del agua, no lo conseguiremos metiendo en el suelo el extremo de la tubería, el agua seguirá fluyendo y tarde o temprano saldrá a la superficie en una forma caótica, con lodo y mugre. Tenemos que tapar la tubería y así detener el flujo del agua, o utilizarla de alguna manera adecuada, como por ejemplo desviarla hacia el jardín donde ayudará al crecimiento de las plantas.

De modo similar, si queremos eliminar un deseo debemos dejar de generar esa energía, o transformarla en alguna otra forma que sirva para nuestro progreso. Dejamos de generar esa energía cuando entendemos tan completamente el deseo que nos colocamos por encima de él; nos hemos vuelto intensamente conscientes de su verdadera índole, y por ende deja de afectarnos. En tales casos, el deseo muere, simplemente porque no le suministramos la energía que lo mantendría vivo. O también podemos modificar la forma de la energía, sublimarla, como se dice. La nueva forma de energía habrá de ser tal que nos ayuda a progresar hacia nuestro ideal, en vez de estorbamos. El problema de la sublimación de los deseos y emociones es interesantísimo y muy importante, pero no nos toca aquí tratar sus aspectos prácticos.

Pasemos hora a la cuestión de la purificación y educación del cuerpo emocional. Pera entender claramente este problema necesitamos saber cómo se forma y se mantiene este cuerpo. No lo hace tomando y asimilando alimento, como en el caso del cuerpo físico, y por tanto el problema de purificarlo y educarlo es más complejo y difícil.

Vimos antes que nuestros deseos y sentimientos y emociones son los resultados que aparecen en nuestra conciencia cuando el cuerpo emocional vibra, ya sea en respuesta a impactos externos o a actividades iniciadas en nuestro interior. Tomemos a las emociones como representativas de todas las diferentes clases de actividades del cuerpo emocional, y entonces podemos decir que a cada clase de emoción le corresponde una tasa de vibración particular y una densidad particular del material que compone el cuerpo emocional, que produce cierto color particular y cierta tasa particular de vibración en el plano emocional.

Por ejemplo: alguien está sintiendo fuertemente una emoción de amor en cierto momento; entonces, de las innumerables combinaciones de materia que componen el cuerpo
emocional, entran en vibración unos pocos tipos definidos de esas combinaciones, y la longitud de onda de su vibración corresponderá matemáticamente a la densidad del material así afectado. Al mismo tiempo, aparece en el cuerpo emocional un color particular que también está matemáticamente relacionado con la tasa vibratoria de la emoción.

Tenemos en el plano físico una analogía de este fenómeno en los colores que se ven en una demostración de fuegos artificiales. Al mezclar un metal como el bario en la pólvora, al quemarse ésta el bario se calienta altamente y sus partículas empiezan a vibrar a cierta tasa, y estas vibraciones nos dan la luz verde que observamos. Si en vez de bario ponemos estroncio en la pólvora, los átomos de estroncio en vibración producen un color escarlata. De modo que a cada clase de material le corresponde una tasa específica de vibración y un color específico del espectro, tanto en el plano físico como en el emocional.


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domingo, 28 de enero de 2018

Los cuatro Acuerdos: Un libro de Sabiduría Tolteca (3)

Llamo a este proceso “la domesticación de los seres humanos”. A través de esta domesticación aprendemos a vivir y a soñar. En la domesticación humana, la información del sueño externo se transfiere al sueño interno y crea todo nuestro sistema de creencias. En primer lugar, al niño se le enseña el nombre de las cosas: mamá, papá, leche, botella... Día a día, en casa, en la escuela, en la iglesia y desde la televisión, nos dicen cómo hemos de vivir, qué tipo de comportamiento es aceptable. El sueño externo nos enseña cómo ser seres humanos. Tenemos todo un concepto de lo que es una “mujer” y de lo que es un
“hombre”. Y también aprendemos a juzgar: Nos juzgamos a nosotros mismos, juzgamos a otras personas, juzgamos a nuestros vecinos...

Domesticamos a los niños de la misma manera en que domesticamos a un perro, un gato o cualquier otro animal. Para enseñar a un perro, lo castigamos y lo recompensamos. Adiestramos a nuestros niños, a quienes tanto queremos, de la misma forma en que adiestramos a cualquier animal doméstico: con un sistema de premios y castigos. Nos decían: “Eres un niño bueno”, o: “Eres una niña buena”, cuando hacíamos lo que mamá y papá querían que hiciéramos. Cuando no lo hacíamos, éramos “una niña mala” o “un niño malo”.

Cuando no acatábamos las reglas, nos castigaban; cuando las cumplíamos, nos premiaban. Nos castigaban y nos premiaban muchas veces al día. Pronto empezamos a tener miedo de ser castigados y también de no recibir la recompense, es decir, la atención de nuestros padres o de otras personas como hermanos, profesores y amigos. Con el tiempo desarrollamos la necesidad de captar la atención de los demás para conseguir nuestra recompensa.

Cuando recibíamos el premio nos sentíamos bien, y por ello, continuamos haciendo lo que los demás querían que hiciéramos. Debido a ese miedo a ser castigados y a no recibir la recompensa, empezamos a fingir que éramos lo que no éramos, con el único fin de complacer a los demás, de ser lo bastante buenos para otras personas. Empezamos a actuar para intentar complacer a mamá y a papá, a los profesores y a la iglesia. Fingimos ser lo que no éramos porque nos daba miedo que nos rechazaran. El miedo a ser rechazados se convirtió en el miedo a no ser lo bastante buenos. Al final, acabamos siendo alguien que no éramos. Nos convertimos en una copia de las creencias de mamá, las creencias de papá, las creencias de la sociedad y las creencias de la religión.

En el proceso de domesticación, perdimos todas nuestras tendencias naturales. Y cuando fuimos lo bastante mayores para que nuestra mente lo comprendiera, aprendimos a decir que no. El adulto decía: “No hagas esto y no hagas lo otro si”. Nosotros nos rebelábamos y respondíamos: “iNo!”. Nos rebelábamos para defender nuestra libertad. Queríamos ser nosotros mismos, pero éramos muy pequeños y los adultos eran grandes y fuertes. Después de cierto tiempo, empezamos a sentir miedo porque sabíamos que cada vez que hiciéramos algo incorrecto recibiríamos un castigo.

La domesticación es tan poderosa que, en un determinado momento de nuestra vida, ya no necesitamos que nadie nos domestique. No necesitamos que mamá o papá, la escuela o la iglesia nos domestiquen. Estamos tan bien entrenados que somos nuestro propio domador. Somos un animal autodomesticado. Ahora nos domesticamos a nosotros mismos según el sistema de creencias que nos transmitieron y utilizando el mismo sistema de castigo y recompensa. Nos castigamos a nosotros mismos cuando no seguimos las reglas de nuestro sistema de creencias; nos premiamos cuando somos “un niño bueno”, o “una niña buena”.

Nuestro sistema de creencias es como el Libro de la Ley que gobierna nuestra mente. No es cuestionable; cualquier cosa que esté en ese Libro de la Ley es nuestra verdad. Basamos todos nuestros juicios en él, aun cuando vayan en contra de nuestra propia naturaleza interior. Durante el proceso de domesticación, se programaron en nuestra mente incluso leyes morales como los Diez Mandamientos. Uno a uno, todos esos acuerdos forman el Libro de la Ley y dirigen nuestro sueño.

Hay algo en nuestra mente que lo juzga todo y a todos, incluso el clima, el perro, el gato... Todo. El Juez interior utiliza lo que está en nuestro Libro de la Ley para juzgar todo lo que hacemos y dejamos de hacer, todo lo que pensamos y no pensamos, todo lo que sentimos y no sentimos. Cada vez que hacemos algo que va contra el Libro de la Ley, el Juez dice que somos culpables, que necesitamos un castigo, que debemos sentirnos avergonzados. Esto ocurre muchas veces al día, día tras día, durante todos los años de nuestra vida.

Hay otra parte en nosotros que recibe los juicios, y a esa parte la llamamos “la Víctima”. La Víctima carga con la culpa, el reproche y la vergüenza. Es esa parte nuestra que dice: “Pobre de mí! No soy suficientemente bueno, ni inteligente ni atractivo, y no merezco ser amado. ¡Pobre de mí”. El gran Juez lo reconoce y dice: “Sí, no vales lo suficiente”. Y todo esto se fundamenta en un sistema de creencias en el que jamás escogimos creer. Y el sistema es tan fuerte que, incluso años después de haber entrado en contacto con nuevos conceptos y de intentar tomar nuestras propias decisiones, nos damos cuenta de que esas creencias todavía controlan nuestra vida.

Una reflexión muy personal: son cuestiones muy fuertes las que plantea D. Miguel. No por ello menos ciertas. Deberíamos reflexionar a menudo acerca de ellas y actuar en consecuencia. Coherencia. 








viernes, 26 de enero de 2018

C S M (18) Capitulo VII: Control, Purificación y Educación de las emociones.

Estudiadas ya las funciones del cuerpo emocional, podemos considerar ahora las cuestiones importantes del control, desarrollo y purificación de este vehículo de la conciencia. Primero se necesita adquirir cierto grado de control sobre él, sin lo cual no es posible emprender la tarea más difícil de desarrollarlo y purificarlo. Como vimos al estudiar el cuerpo físico, no se puede controlar bien ningún vehículo mientras estemos acostumbrados a identificamos con sus actividades. Si sentimos que somos nuestros deseos, que somos todas esas sensaciones de placer o dolor, o las emociones que surgen dentro de nosotros, no seremos capaces de dominar bien estos movimientos del cuerpo emocional. De suerte que el primer paso es disociamos conscientemente de estas varias manifestaciones que se originan en el cuerpo emocional. Aprender a objetivarlas, como se dice en psicología. Ponerlas sobre la mesa de disección, observarlas y analizarlas hasta sentir que no son sino fenómenos que ocurren dentro de nosotros, y no realmente partes de nosotros mismos. Al brotar un deseo en nuestro corazón, realizar que no es sino una vibración de nuestro cuerpo emocional, y que podemos modificarla como queramos. Al experimentar cualquier placer, debemos ser capaces de rastrear la serie de cambios que finalmente emergieron en nuestra conciencia como ese placer. Aprender a disociarnos de nuestros deseos, emociones y sensaciones, y a colocarnos por encima de ellos, para poder controlarlos. Cuanto más completemos esta preparación preliminar, más permanente y fácil será nuestro dominio sobre esas actividades de nuestro cuerpo emocional.

El desarrollo de esta facultad de disociación requiere en primer lugar constante recogimiento, y, en segundo lugar, observación y reflexión. Todos estamos acostumbrados a dejar que nuestros deseos y emociones jueguen libremente en nuestra vida, y sólo por rareza, cuando la agitación adquiere grado extraordinario, nos damos cuenta de cuánto nos dominan y de nuestra incapacidad para controlarlas. Recogimiento significa poner bajo observación nuestro cuerpo emocional con sus fluctuantes deseos y emociones, y vigilar constantemente su funcionamiento. Por ejemplo, cada vez que nos enojamos o irritamos o caemos bajo la influencia de cualquier otra emoción, buena o mala, observar los movimientos del cuerpo emocional, por tenues que sean. Al principio hallaremos que una y otra vez nos dejamos agitar sin siquiera darnos cuenta; pero con constante vigilancia y práctica desarrollaremos gradualmente en el trasfondo de nuestra mente una conciencia que anotará todos los movimientos que ocurren en nuestra índole emocional; esa conciencia, como un espectador silencioso, tomará nota de cada movimiento, aunque todavía no sea capaz de controlarlo.

Este esfuerzo por estar constantemente alerta, debe ir acompañado de observación y reflexión. Siempre debemos tratar de observar el desarrollo y funcionamiento de todos los deseos y emociones que surgen en nuestra mente; examinarlos impersonalmente; rastrearlos hasta sus fuentes, y juzgar su valía de una manera crítica. Esta observación y reflexión no es tan efectiva cuando se hace retrospectivamente como cuando se hace en el momento mismo en que estamos bajo la influencia de las emociones; por tanto, debemos aprender a observarlas en acción, y a disociamos de ellas mientras estamos bajo su influencia. Esto no significa necesariamente interrumpir nuestro trabajo o rutina normal de vida, puesto que sólo una parte de nuestra mente se ocupará en esta actividad subsidiaria, como vemos en el caso de una señora que simultáneamente puede estar conversando y tejiendo.

Cuando se ha logrado cierto grado de éxito en objetivar las emociones y deseos, se puede empezar a controlarlos más directamente. La observación y la reflexión deben haber desarrollado ya nuestra capacidad de discernir entre diferentes clases de deseos y emociones. Ahora nos toca impedir que se expresen los que no están en armonía con
nuestros ideales, y permitir solamente los que coadyuvan al propósito que nos hemos formado. El mero esfuerzo de observar los movimientos del cuerpo emocional eliminará algunos de los deseos y emociones más crudos, y atenuará otros. Pero este discernimiento y control hay que practicarlos intensa y persistentemente, hasta que seamos dueños absolutos de nuestra vida emocional y solamente puedan expresarse por medio de nuestro cuerpo emocional aquellos deseos y emociones que aprobamos y permitimos específicamente. Esta disciplina es larga y difícil, y el grado de éxito que alcancemos dependerá de nuestro avance evolutivo y de la intensidad del esfuerzo y sinceridad con que aboquemos el problema.

Quienes tengan sus principios Intuicional y Volitivo suficientemente desarrollados, encontrarán la paciencia y fortaleza necesarias para cumplir esta tarea. Otros, menos evolucionados, se cansarán pronto de esta tediosa tarea y la abandonarán como un ideal inalcanzable. Pero debemos recordar que la única manera de obtener control sobre nuestras emociones es por el método largo y tedioso del esfuerzo y práctica constantes. No existe ninguna fórmula mágica que pueda darnos este dominio propio de un día para otro. Pero existe este pensamiento alentador que sostendrá nuestra moral: que una vez obtenido este dominio, cesa prácticamente la necesidad de sostener este esfuerzo constante, pues nuestros deseos y emociones concordarán automáticamente con los ideales y requisitos de la vida espiritual.

Nos ayudará mucho a adquirir control sobre nuestro cuerpo emocional, entender unos pocos puntos de importancia práctica. El primero es, que el control sobre nuestra naturaleza emocional se puede adquirir solamente bajo circunstancias de las que generalmente tratamos de huir. Sólo en condiciones de tensión y esfuerzo podemos adquirir ese dominio consciente sobre nuestra naturaleza inferior, dominio que es un pre-requisito para el verdadero desarrollo espiritual. Sólo cuando estamos rodeados por objetos atractivos podemos desarrollar Vairagya (desapego). Sólo cuando tenemos que tratar con personas que no nos quieren, que nos contrarían o hasta nos odian, podemos desarrollar aquella paciencia y ecuanimidad sublime que es señal de dominio sobre el yo inferior. Fácil es guardar calma inalterable bajo circunstancias que no ponen a prueba nuestra paciencia. Fácil es ser virtuoso donde no hay tentaciones. Pero solamente el que puede mantenerse tranquilo y puro bajo las circunstancia más exasperantes, puede considerarse amo de su naturaleza inferior.

Debe ser evidente, pues, que si realmente pensamos en serio en esta tarea difícil de subyugar nuestra naturaleza inferior, no hemos de huir de las circunstancias duras y penosas en que con frecuencia nos vemos colocados, sino por el contrario utilizarlas decididamente para desarrollar las cualidades particulares que ellas pueden educir en nosotros. Incluso podemos tratar de colocamos de vez en cuando en circunstancias difíciles, para desarrollar las cualidades que necesitamos. Aunque generalmente esto no será necesario, pues los señores del Karma nos enviarán Karma del tipo más adecuado a nuestro grado de desarrollo y a medida que nos fortalezcamos nos someterán a pruebas más severas. Vivimos en un cosmos, y las circunstancias en que cada individuo está colocado son no sólo las que merece sino también las más propias para su desarrollo en la etapa en que esté. Nuestra vida diaria nos dará, por tanto, muchas oportunidades que necesitamos para adquirir dominio sobre nuestros cuerpos emocional, siempre que encaremos con sinceridad esta tarea.



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miércoles, 24 de enero de 2018

Conocimiento de sí mismo (17) Cap. VI. Funciones del Cuerpo Emocional.

Llegamos ahora a otro grupo de fenómenos de la conciencia que aunque se derivan del deseo forman una clase aparte. Se llaman ‘emociones’ y son resultado en parte de la actividad del cuerpo emocional, y en parte de la actividad del cuerpo mental.

Hemos visto que el deseo, en su aspecto elemental, se caracteriza por la atracción y repulsión hacia objetos, y porque pone en actividad los poderes mentales para obtener o evitar esos objetos. Uno de los resultados de esta íntima y constante relación entre el deseo y el pensamiento, es que nacen diferentes clases de emociones. Eso hace de la emoción un estado complejo de conciencia, constituido tanto por el deseo como por el pensamiento En el caso de algunas emociones, esto no parece muy evidente; pero si se las analiza minuciosamente se encontrará siempre la presencia de los tres elementos esenciales: sentimiento, atracción o repulsión, y pensamiento, en intensidades y proporciones diferentes. Así, cuando admiramos un bello atardecer puede parecer superficialmente que la emoción no contiene el elemento de atracción o repulsión; pero un detenido análisis del estado de la mente mostrará que está presente el elemento de placer y la consiguiente atracción o deseo. El hecho mismo de gustarnos contemplar ese atardecer, muestra que existe el elemento de placer y atracción; cuando vemos una cosa horripilante le volvemos la espalda instintivamente. No hace falta entrar en más detalles sobre esto; podemos pasar a la cuestión más importante de la relación entre diferentes emociones y su papel en la vida.

Vistas superficialmente, las emociones tan variadas que experimentamos en diversas épocas y ocasiones parecen formar una maraña sin base para su clasificación. Incluso la psicología moderna con sus extensas investigaciones y su afán de clasificar no ha intentado esta difícil tarea de poner cierto orden en esta esfera aparentemente caótica de la mente. Pero esta confusión y la ausencia de un principio guiador para clasificar las emociones, es apenas aparente. Todas las emociones se relacionan entre sí, y esta relación ha sido estudiada con mucha aptitud y cuidado por el doctor Bhagavan Das en su bien conocido libro La Ciencia de las Emociones. Muestra que todas las emociones nacen de dos emociones primarias: Amor y Odio, basadas en las atracción y la repulsión. Cuando estas emociones de amor y odio se dirigen hacia un superior, un inferior, o un igual, asumen aspectos diferentes; y las permutaciones y combinaciones de estas seis emociones secundarias (tres derivadas del amor y tres del odio), al combinarse con otros factores mentales, dan origen a la mayoría de las emociones que los psicólogos conocen. No es necesario entrar en mayores detalles sobre esta cuestión ahora, sino pasar de una vez a ver por qué esta idea fundamental afecta nuestra vida y cómo podemos utilizarla sistemáticamente para la formación del carácter.

Puesto que toda vida, cualquiera que sea su forma y plano en que se manifieste, es una sola en esencia y es expresión de la Vida Divina, todos estamos unidos por lazos de unidad espiritual que no podemos ver en los mundos inferiores de ilusión y separatividad. Y todo cuanto marche en armonía con esta verdad fundamental, con esta ley de unidad, debe producir felicidad. Y todo cuanto establezca conflicto con ella debe causar infelicidad y daño. Por eso es que el amor, que es el cumplimiento de esta ley de la Unidad, invariablemente trae felicidad, y que el odio, que no tiene en cuenta esa ley, es fuente de miseria sin fin. Esta ley de la Vida Una no es una doctrina religiosa hipotética que hay que aceptar como de fe, sino una ley que podemos comprobar fácilmente con unos pocos meses de experimentación. Cualquiera que desee comprobarla, anote sistemáticamente en una libreta de apuntes la condición de su mente (en cuanto a felicidad o miseria) al experimentar con estas diferentes clases de emociones basadas en el amor y el odio. Encontrará con sorpresa que el amor y la felicidad siempre marchan juntos, y que otro tanto ocurre con el odio y la miseria. Y que lo que han enseñado todos los instructores religiosos acerca de la necesidad de cultivar el amor, es realmente cierto y se basa en la experiencia efectiva.

Al hombre común y corriente puede parecerle extraño que todos los seres humanos estén unidos por lazos invisibles de unidad espiritual, y que, no obstante, peleen y traten de destruirse unos a otros y causen tanto conflicto en el mundo. Pero esto se debe a que la mente inferior cubre y oscurece esa conciencia de la unidad y hace que cada individuo se sienta como una unidad aislada e independiente. Cuando se suprime este obscurecimiento, la unidad espiritual se revela, y entonces a ese individuo le es imposible odiar o perjudicar a nadie.

De esto se sigue que si queremos ser felices siempre, hemos de eliminar completamente de nuestra vida todas las emociones basadas en el odio, y cultivar tan por completo como podamos las que tienen sus raíces en el amor. Pero la ley del hábito nos gobierna tanto en el mundo emocional como en el físico; tendemos a dejarnos arrastrar por emociones que habitualmente nos complacen, y a hallar difícil despertar emociones que no sentimos frecuentemente. Por eso el problema se reduce a que cultivemos sistemáticamente hábitos emocionales buenos, que implantemos y alimentemos los que se basan en el amor, y extirpemos los que se derivan del odio. La clasificación de las emociones a que ya se hizo referencia, nos guiará para distinguir entre esas dos clases de emociones y poder formar una vida emocional sana.

Cuando empecemos a reconstruir de esta manera nuestra vida emocional, observaremos que lo que en realidad estaremos haciendo es cultivar virtudes y desalojar vicios, los cuales en la mayoría de los casos no son más que hábitos emocionales basados respectivamente en el amor o en el odio. Veremos así que llevar una vida virtuosa no es sólo cuestión de desearlo o de aspirar a ello, sino de formar hábitos emocionales correctos. Y que esta tarea puede acometerse de un modo sistemático y cumplirse con la ayuda de las leyes que operan en este campo.

Esta relación de las emociones con las virtudes y los vicios, muestra también, incidentalmente, el papel que juega una vida virtuosa dentro del problema mayor de la Realización directa. El sólo cultivo de virtudes asegura una vida emocional sana y correcta, pero apenas desempeña un papel subordinado aunque importante en esta Realización. Vivir virtuosamente es necesario como base para la vida superior del Espíritu, pero no puede sustituir esa vida. La meta del esfuerzo humano está mucho más alta que el mero vivir virtuosamente: es la Realización Directa. Solamente cuando un individuo ha encontrado esa Verdad de la existencia y vive a la luz de esa Realización, puede gozar de paz permanente y estar por encima de los torbellinos e ilusiones y sufrimientos de la vida inferior.


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viernes, 19 de enero de 2018

Conocimiento de sí mismo (16) Cap. VI. Funciones del Cuerpo Emocional.

Trataremos ahora la relación entre el deseo y la voluntad. Puede parecerle al lector que estas cuestiones son de interés puramente teórico y por tanto sin importancia para el que quiera renovarse y educarse. Pero no hay tal. El conocimiento que nos permite comprender bien la índole del deseo, es esencial para intentar un dominio práctico sobre nuestra naturaleza de deseos. Y quien intente controlar sus deseos sin tal conocimiento será tan necio y tendrá tan pocas probabilidades de lograrlo, como un general que invade con su ejército territorio enemigo sin un conocimiento del terreno, de la disposición de las tropas enemigas y sus puntos fuerte y débiles.

Acabamos de ver que la índole esencial del deseo consiste en la tracción que se siente por objetos que proporcionan placer o en la repulsión por los que producen dolor. Esta
atracción o repulsión prueba la existencia de un poder. Y este poder se ha encontrado que es de esencia igual al poder de la voluntad. Por tanto, no existe diferencia esencial entre deseo y voluntad. En cierto sentido, el deseo no es sino el reflejo de la voluntad en el plano emocional. La diferencia entre deseo y voluntad consiste en el hecho de que en el caso del deseo el poder del yo es provocado por objetos externos que le hacen sentir atracciones o repulsiones, mientras que en el caso de la voluntad ese poder brota independiente de cualquier estímulo externo y es autodeterminado.

Esta identidad esencial de la naturaleza del deseo y de la voluntad, se observa en dos hechos importantes que cualquiera puede ver por sí mismo. El primero es que tanto el deseo como la voluntad conllevan el poder de realizarse. Cualquier cosa que deseamos podemos realizarla aunque no siempre inmediatamente. En el momento en que colocamos ante nosotros cualquier objeto y empezamos a desearlo comienza un acercamiento, con atracción proporcional a la intensidad del deseo. Si este es suficientemente fuerte y las circunstancias son favorables, podremos agarrar el objeto inmediatamente. Pero en caso de que las circunstancias no sean favorables, o de que el objeto sea tal que sólo pueda adquirirse con esfuerzos prolongados, aun entonces el acercamiento empieza en el momento en que comenzamos a desearlo, y sólo es cuestión de tiempo cuándo quedará cumplido nuestro deseo.

Tomemos unos pocos ejemplos para ilustrar esto. Supongamos que deseo oír buena música. No tengo que hacer más que sintonizar la radio para satisfacer ese deseo. Pero supongamos que deseo poseer riquezas. Entonces tendré que trabajar duro, que sacrificar mis comodidades y placeres, que administrar con cuidado mis recursos; y si tengo suficientes capacidades en estos sentidos lograré amasar lentamente una riqueza y realizar mi ambición en esta vida. Pero si muero o no logro realizar mi ambición en esta vida y mi deseo persiste, naceré en mi vida siguiente con mayores capacidades en este sentido y en mejores circunstancias; y entonces realizaré mi acariciada ambición. Pero supongamos que en vez de desear estos objetos transitorios, deseo alcanzar la Iluminación. Obviamente, este no es un deseo que se puede satisfacer inmediatamente. Tendré que trabajar por muchas vidas; tendré que formar gradualmente un carácter noble y puro; tendré que purificar mi naturaleza inferior; tendré que desarrollar lentamente todas mis posibilidades divinas, vida tras vida; y si mantengo la intensidad necesaria de deseo y perseverancia, algún día me encontraré en la cumbre del monte, iluminado y libre. Vemos así que en el deseo hay el mismo irresistible poder de realización que asociamos con la voluntad.

El segundo hecho que muestra la identidad esencial del deseo y la voluntad, es que el deseo se funde con la voluntad cuando se purifica y se libra de la contaminación del yo personal. Como se ha dicho ya, cuando la energía del yo es estimulada o provocada por objetos externos, es deseo; y cuando es impersonal y brota en cumplimiento de un propósito Divino, es pura voluntad espiritual. De suerte que a medida que esta energía se purifica del elemento personal, va alcanzando su condición de voluntad pura y sin mezcla. Lo que degenera a la voluntad en deseo es la escoria del yo personal; cuando se quema esa escoria queda el oro puro de la voluntad.

Para aclarar más esta relación, tabulamos en seguida ciertos deseos que todos conocemos, y el lector verá de inmediato cómo la purificación gradual del deseo lo aproxima más y más a nuestro concepto de la voluntad espiritual, hasta hacerlos indistinguibles. Tomemos los siguientes deseos en el orden en que se dan a continuación:

(1) El deseo de gratificación sensual.
(2) El deseo de ayudar a que nuestra familia viva con comodidad y decencia.
(3) El deseo de servir a nuestra patria.
(4) El deseo de servir a la humanidad.
(5) El deseo de unificar nuestra voluntad con la Voluntad Suprema.

Al recorrer en orden descendente esta serie, vemos fácilmente que el deseo se va tornando en voluntad, y que en su forma más elevada no es sino cuestión de palabras llamar deseo o voluntad a esta energía. Si se usa la palabra deseo para describir esta última modalidad, es porque puede quedar en ella cierto elemento emocional mientras la conciencia esté confinada dentro de la personalidad y la cuestión se mire desde abajo, por decirlo así.

Una conclusión importante que se puede sacar de esta identidad esencial entre el deseo y la voluntad, es que el poseer una fuerte naturaleza de deseos no es siempre una desventaja o algo que deba afanarnos. La fuerte corriente de deseos esconde bajo su capa de egoísmo las aguas puras de la voluntad espiritual y bastará retirar esa capa, para tener a nuestra disposición el tremendo poder de la voluntad espiritual. Por tanto, y desde el punto de mira superior, quienes tienen fuertes deseos son más promisorios que aquellos cuyos deseos son débiles o son demasiado perezosos para luchar por algo con energía, cuya reacción general a su ambiente o a sus ideales carece de todo vigor. En esta verdad se basa el dicho de que cuanto más grande es el pecador, más grande será el santo.

Por esta relación entre el deseo y la voluntad vemos también por qué la eliminación gradual de los elementos personales de la vida de un individuo tiende a hacer más y más puros sus actos. En las primeras etapas de la evolución, mientras el deseo rige su vida, el poder motriz de la acción es el deseo. Cuando se despierta el deseo por cualquier cosa, la mente se pone a pensar modos y medios de satisfacerlo; y si el deseo es suficientemente fuerte y persistente, se convierte en acción, tarde o temprano. En esta búsqueda de objetos deseables de toda clase, el individuo se mantiene ocupado constantemente; adquiere experiencia y evoluciona los diversos poderes mentales. En etapas posteriores de la evolución, con el despuntar de Viveka (discernimiento) y la eliminación progresiva de los deseos personales, la voluntad adquiere ascendencia gradualmente y se convierte en el poder motriz de la acción. Al purificarse así la acción, la voluntad se vuelve más y más impersonal y va reflejando mejor la Voluntad Divina. En esta condición, la acción no ata ya al individuo, por que no la ejecuta en beneficio propio sino como una ofrenda al Supremo. En verdad sería más correcto decir que en las etapas superiores de purificación la acción no la lleva a cabo el individuo sino que se cumple por medio de él.



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