Ahora vuelvo a sacar una de las preguntas que te hice anteriormente. Si exteriorizamos sentimientos como el odio, la rabia, la ira o el rencor podemos dañar a los demás. Pero si nos los guardamos nos hacemos daño a nosotros mismos. ¿Entonces qué hacemos con ellos?
Atajarlos de raíz. Procurar trabajar para que no se despierten internamente. Tomar conciencia de que la agresividad no viene del exterior, sino del interior, que se nos despierta porque la llevamos en nosotros mismos, que es una manifestación más de nuestro egoísmo. Si se despierta porque no se nos reconocen nuestros méritos es porque todavía no hemos superado la vanidad. Si ocurre porque sufrimos algún episodio de ingratitud o calumnia es porque tenemos que superar el orgullo o la soberbia. Que la agresividad es algo que depende del interior y no del exterior se pone de manifiesto cuando vemos que hay personas capaces de soportar las mayores impertinencias, los mayores ataques, sin perder la paciencia ni la sonrisa, mientras que otras, por cualquier motivo banal, estallan en ataques de cólera incontrolada. Los primeros son aquellos que espiritualmente han avanzado en la erradicación de la agresividad de sí mismos. Los segundos apenas han empezado a trabajarla. No nos frustremos si no podemos cambiar el universo exterior, sobre el cual tenemos poco poder de acción. Trabajemos por cambiar el universo interior sobre el cual tenemos todo el poder, y entonces lo que ocurra en el exterior dejará de ser motivo de enojo.
¿Cómo se supera la agresividad?
Primero, admitiendo que la tenemos, y segundo, intentando superarla a través de la comprensión.
¿Qué es lo que hay que comprender?
Comprendernos a nosotros mismos, comprender a los demás, comprender las circunstancias a las que nos enfrentamos. Comprender que a veces nos enfadamos porque no queremos admitir que estamos equivocados o no queremos reconocer ciertas actitudes egoístas en nosotros mismos. Si la agresividad se nos activa porque nos reprimimos nuestras opiniones, trabajemos por expresarnos tal y como somos. Si se activa porque alguien nos hace daño, comprendamos que se debe a la falta de evolución de ese espíritu, que todavía está escasamente avanzado en el conocimiento del amor. Que en algún momento nosotros hemos podido estar en su misma situación, en ese estado de ignorancia espiritual, haciéndole a alguien lo que a nosotros nos están haciendo ahora, y que si esperamos comprensión hacia nosotros, hacia nuestros actos de egoísmo, también nosotros debemos adoptar una postura comprensiva respecto a los actos egoístas de los demás. Debemos comprender que muchas de las circunstancias adversas a las que nos enfrentamos no están ahí para fastidiarnos, sino para estimularnos en el aprendizaje del amor y la superación del egoísmo, y que muchas de ellas las elegimos nosotros mismos antes de nacer. Y que otras, la mayoría, nos las hemos provocado nosotros mismos por nuestra rigidez, intolerancia, envidia, falta de respeto e incomprensión de las necesidades u opiniones de los demás.
Y si ya se nos ha activado la agresividad, ¿qué hacemos para liberarnos del malestar sin perjudicar a nadie?
Hay una forma de desahogo a través de la cual se libera el malestar sin dañar a los demás, que es exteriorizar cómo uno se siente, admitir lo que se le ha despertado y exponer los motivos por los cuales se le ha despertado. Tendría que ser con alguien que no sea la persona con la que tenemos el problema, para evitar hacerle daño, preferentemente alguien que se caracterice por ser una persona pacífica, que no se deja llevar fácilmente por la agresividad, en la que además confiemos. Solo con exteriorizar el malestar uno se sentirá aliviado, bastante liberado del malestar provocado por la agresividad, más sereno y razonable. Posteriormente, cuando uno esté más tranquilo, ya puede intentar hablarle a la persona con la que tiene algún conflicto para buscar una solución. Pero debemos buscar la forma y el momento de hacerlo, nunca cuando estemos henchidos de ira o cólera, porque entonces podríamos hacer mucho daño, el mismo o más que el que nos han hecho a nosotros.
Tristeza, desesperanza, amargura, desesperación, resignación.
La tristeza es un estado emocional de abatimiento y decaimiento de la moral. Pasa con la tristeza que suele activarse por las mismas razones y circunstancias que la agresividad, pero cuando la persona es o está más sensible. Por ello es más difícil de detectar, porque resulta menos evidente que la tristeza pueda provenir del egoísmo. De hecho, los sentimientos de impotencia, culpabilidad y, en ocasiones, la rabia y la desesperación, son en realidad una mezcla de agresividad y tristeza. La tristeza puede aparecer cuando el ser desfallece, se desanima por no ver los resultados de su búsqueda, o por no ser estos resultados los que uno esperaba. Existen diversas variantes de la tristeza, cada una con sus peculiaridades. La amargura es una tristeza crónica, de larga duración, que no imposibilita realizar las tareas cotidianas de la vida, pero que está muy profundamente arraigada en el interior, es muy difícil de superar, y da la impresión de que la persona muere poco a poco de tristeza. Está muy relacionada con la desesperanza y la resignación, que son formas de tristeza caracterizadas por la falta de un motivo por el que luchar, por el que vivir, la segunda generalmente motivada por una circunstancia que la persona se resiste a asimilar. Un caso extremo de una tristeza aguda e intensa es la desesperación, que imposibilita a la persona realizar cualquier tarea normal de su vida y que la puede llevar a desequilibrarse psíquicamente y a cometer actos extremadamente perniciosos, como poner fin a su propia vida o a la de los demás.
No me esperaba que consideraras la tristeza como un sentimiento egoísta.
Pues lo es. Es muy normal que uno pueda sentirse triste de vez en cuando. Pero cuando la tristeza se convierte en un estado habitual de la persona, es una forma de estancamiento, porque la persona tira la toalla. La tristeza le sirve de excusa para no luchar por el avance espiritual.
¿Acaso hacemos algo malo a alguien cuando estamos tristes?
Nos hacemos daño a nosotros mismos e indirectamente a los demás, cuando por culpa de la tristeza nos desentendemos de hacer por los demás la parte que nos corresponde. Convivir con alguien que vive en la tristeza y la depresión es una circunstancia bastante desgastadora y, si no se tiene una gran fuerza de voluntad, es fácil que los que viven con alguien depresivo acaben contagiándose de ese estado de ánimo. Al igual que ocurre con la agresividad, también la tristeza acumulada puede provocar multitud de enfermedades. Hay mucha gente que enferma y muere de tristeza, y deja por terminar así las pruebas o misiones que tenía encomendadas en esa vida, al tiempo que abandona los compromisos de ayuda que tenía con otros espíritus, por ejemplo, padres o madres que al dejarse morir de tristeza abandonan a sus hijos.
¿Cómo vencer la tristeza?
Al ser agresividad y tristeza tan semejantes respecto a los motivos que las despiertan, la misma receta que propusimos para superar la agresividad puede aplicarse casi punto por punto para vencer la tristeza. La base de la superación de la tristeza es, por tanto, la comprensión. La comprensión con nosotros mismos, con los demás y con las circunstancias que nos han tocado vivir. Comprender que muchas de las circunstancias adversas a las que nos enfrentamos forman parte de un proceso de aprendizaje del amor, de superación del egoísmo, y que muchas de ellas las elegimos nosotros mismos antes de nacer. Y que otras nos las generamos nosotros mismos por falta de tolerancia, por rigidez e incomprensión hacia cómo son los demás. Debemos comprender que a veces nos ponemos tristes porque no queremos admitir que estamos equivocados o no queremos reconocer ciertas actitudes egoístas en nosotros mismos. Si se activa porque alguien nos hace daño, intentemos comprender que se debe a la falta de evolución de ese espíritu, que todavía está escasamente avanzado en el conocimiento del amor. Si la tristeza se nos activa porque reprimimos nuestra forma de ser, porque anulamos nuestra voluntad, entonces luchemos para expresarnos tal y como somos y conseguiremos superar la tristeza.
La receta que das puede parecer una llamada a la resignación.
En absoluto. Comprensión y resignación son cosas totalmente contrarias. El que se resigna es el que tira la toalla, el que renuncia a comprender, el que anula su voluntad. Ya nada le importa, pierde la ilusión por vivir, se deprime. Como he dicho, la resignación es también una forma de egoísmo relacionada con la tristeza. Es una manera de no luchar para no sufrir. Pero de esa forma se sufre más, aunque por motivos distintos. La comprensión es la que te da la clave para seguir luchando, seguir avanzado, manteniendo la ilusión y alegría por vivir, porque permite encontrar un sentido a aquello que antes no lo tenía.
¿Me puedes poner un ejemplo que ponga de manifiesto la diferencia entre resignación y comprensión?
La actitud frente a la muerte, por ejemplo. La actitud frente a la muerte de la mayoría de gente de vuestro mundo es de resignación, porque no buscáis comprender su significado. Durante la vida evitáis enfrentaros a ella, eludiendo buscar una respuesta a vuestras inquietudes. Si os topáis con alguien que quiere hablar en serio sobre el tema os parece que se trata de un charlatán o un desequilibrado mental. En realidad, os da miedo y por ello esquiváis el tema, tan ocupados como estáis en vuestro día a día. No buscáis comprender, solo evitar. Entonces sobreviene la muerte de un ser querido y os pilla por sorpresa. Es una situación que os provoca tristeza, amargura, rabia, impotencia. Finalmente, ante la imposibilidad de cambiar lo irremediable, os resignáis. El que se resigna es aquel que acepta algo porque no tiene otro remedio, pero al no comprender, vive amargado y sufre inútilmente. El que comprende que la muerte no existe, que es solo una etapa de transición, en la que lo único que muere es un cuerpo, que su ser querido sigue viviendo y que se va a volver a reunir tarde o temprano con él, ya no pierde la ilusión por la vida, sino que lucha con más fuerza para que cuando llegue el momento del reencuentro, lo haga en condiciones de disfrutar, porque no le ha quedado nada pendiente por hacer en el mundo material.
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