miércoles, 5 de agosto de 2020

"Las Leyes Espirituales" Vicent Guillem (71) Misión de Jesús en la Tierra - 10

¿Y qué me dirás de la creencia en que por lo que hagamos en esta vida se decide nuestro futuro para toda la eternidad, con penas eternas e infierno para los malos y no creyentes, y que solo los cristianos o creyentes se salvan y consiguen la gloria eterna?
De esto ya hemos hablado largo y tendido cuando explicamos la ley de la evolución espiritual y cómo funcionan las cosas en el mundo espiritual, pero lo volveré a decir por si no ha quedado suficientemente claro. Absolutamente todos los espíritus son inmortales y su destino es alcanzar las mayores cotas de evolución espiritual. Por tanto, ningún ser humano está excluido del esquema evolutivo, independientemente de sus creencias religiosas, políticas, de su raza o cualquier otra razón. Es decir, que crean o no crean en Dios, en Jesús o en la Iglesia tal o cual, y aunque hayan sido un auténtico desastre como personas, jamás perderán su condición de inmortalidad ni su posibilidad de mejorar espiritualmente. Por tanto, no existe ni la muerte ni la condenación eterna para nadie. Si miramos lo suficientemente atrás en el pasado espiritual de todos y cada uno de nosotros, encontraremos que en alguna vida anterior todos hemos sido asesinos, caníbales o ambas cosas a la vez, y si ahora no lo somos y lo consideramos una aberración es porque hemos evolucionado espiritualmente y porque hemos tenido innumerables oportunidades de ir enmendando los errores cometidos, a base de encarnar una y otra vez para ponernos a prueba en nuestras capacidades. Si no hubiera oportunidad de rectificar y por lo que hiciéramos en una sola encarnación se decidiera nuestro futuro para toda la eternidad, os aseguro que no quedarían plazas para entrar en el “infierno” de tan atiborrado que estaría, y el “cielo” estaría más despoblado que el desierto del Sáhara.

Entonces, la creencia de que un arrepentimiento de última hora ante el sacerdote redime los pecados...
El destino del espíritu después de desencarnar depende exclusivamente de sus acciones en vida, siempre tiene la oportunidad de evolucionar, de mejorar y, por tanto, de “salvarse”, a partir del momento en que quiera dar el paso. Pero esto no va a suceder de la noche a la mañana, sino que implica un cambio profundo en el espíritu, que necesita de tiempo de reflexión, toma de conciencia y de un esfuerzo para modificar las actitudes negativas. Además, para que uno se deshaga de sus deudas espirituales o actos contra la ley del amor ha de reparar el daño que hizo y esto requiere mucha voluntad y tiempo por delante para efectuarlo. De esto se deduce que una absolución en el último minuto de la vida ante el sacerdote no cambia en nada el destino del espíritu después de la muerte del cuerpo físico.

Perdona que insista, pero respecto a la creencia de que solo los cristianos o creyentes se salvan, ¿no fue el mismo Jesús el que dio pie a creer en que los que se iban a salvar eran sus seguidores al decir: “El que crea en mí gozará de vida eterna”?
Jesús no pudo decir nada con ese significado. Lo que él hizo fue dar la clave para que cada uno active su cambio espiritual y que adquiera conciencia de que la vida es eterna y de que cada uno es artífice de su propio destino. Traducido al lenguaje actual vendría a ser algo así: “El que crea en lo que digo, en el mensaje que traigo, será consciente de que su vida es eterna y de que su ‘salvación’ (o evolución) depende de sí mismo, que es dueño de su propio destino”.

¿Entonces de dónde procede la creencia de que solo los que creen en Cristo gozarán de vida eterna?
De una mala interpretación de lo que él dijo y de las manipulaciones de la Iglesia, que además añadió “fuera de la Iglesia no hay salvación”. La creencia de que solo los cristianos, en este caso particular, o los creyentes en determinada Iglesia, en general, se salvan es una más de las ideas que provienen de los propios jerarcas de las Iglesias, y es un reclamo más que se utiliza para asegurar la fidelidad de los creyentes. ¿Quieres más datos? Este axioma, el de “fuera de la Iglesia no hay salvación", en latín “extra Ecclesiam nulla salus”, fue enunciado por primera vez por Cipriano, obispo de Cartago, en el siglo III (Epist. 73, 21: PL 1.123 AB), y se incluye como dogma de la Iglesia en el IV Concilio de Letrán, celebrado en los años 1215-1216, es decir, más de mil años después del paso de Jesús por la Tierra.

Pues me consta que muchos creyentes católicos están convencidos de que es así. Es decir, que solo los que creen en Cristo gozarán de vida eterna, y que para ser un buen cristiano y salvarte has de seguir las normas de la Iglesia.

Mirad, la Iglesia católica y muchas otras religiones os han hecho creer que ser bueno es lo mismo que ser sumiso. Ser sumiso sobre todo con las normas de la Iglesia, para así poder manejar a los fieles a su antojo. Pero bondad y sumisión son cosas totalmente distintas. Alguien puede ser sumiso a unas normas, aparentemente bondadoso de cara a la sociedad, pero estar totalmente entregado al egoísmo y ser un auténtico “demonio” como persona. El propio Jesús puso en evidencia este tipo de conductas cuando calificaba de “sepulcros blanqueados” a los fariseos, tan amantes de las normas y rituales y tan poco del amor al prójimo. Y al contrario, hay muchas buenas personas, honestas y poco amigas de la hipocresía, que son mal vistas por los demás porque no se ajustan a las normas establecidas. Incluso pueden ser considerados como gente peligrosa y despreciable, porque al ser honestos y honrados ponen en evidencia a los que no lo son. Ahí tenéis el ejemplo de Jesús. Jesús no fue sumiso con los mandatos de las autoridades de la Iglesia hebrea, sino que fue valiente y consecuente con sus convicciones espirituales, sabiendo que la predicación pública de sus ideas le traería un montón de problemas; y se enfrentó con aquellos que quisieron hacerle callar, no con la fuerza de la violencia, sino con la fuerza de la verdad y el amor. Pues así ha pasado con mucha gente.
La historia está repleta de casos de gente honesta y buena que, por no ser “sumisa” con los que mandan, fue torturada hasta morir, devorada por los leones del circo romano o quemada en la hoguera por cargos de herejía o hechicería. Aun así, considerad a estas personas afortunadas porque eran libres y amaron. Por el daño que tuvieron que sufrir de sus hermanos menos evolucionados habrán recibido su justa compensación. Es mucho más triste la situación de aquellos que se torturan a sí mismos, aquellos que, sometidos a unas normas tan esclavizantes, han reprimido su interior, su sensibilidad y viven una vida inútil llena de amargura, y que en el colmo del delirio creen además que ese sufrimiento estéril les hace ser más buenos, porque su religión así se lo ha hecho creer. Pero en su interior envidian a los que son libres y realmente felices. Algunos, por envidia, hacen todo lo posible por amargar la vida a los demás, sobre todo jugando con el sentimiento de culpa, algo que tienen muy bien aprendido, ya que es el método que la Iglesia ha empleado con ellos para conseguir anular su voluntad.

¿Qué quieres decir con que juegan con el sentimiento de culpa?
Pues que intentan culpar a los demás de su propio malestar.

¿Y qué se puede hacer para ayudar a personas así?

Primero la persona tiene que reconocer que tiene este problema, es decir, que su voluntad y sus sentimientos están prácticamente anulados por las creencias que profesa. Esto en sí mismo ya sería un gran paso, porque generalmente estas personas se creen mejores que los demás y no están dispuestos a escuchar a alguien que no tenga unas credenciales dentro de su Iglesia. También, porque su Iglesia les ha hecho creer que los que no siguen sus preceptos son “pecadores”, es decir, malas compañías de las que no te puedes fiar. Luego, hay que empezar a trabajarse interiormente, empezando por tomar conciencia de qué cosas se hacen porque se sienten sinceramente o se dejan de hacer porque, aunque se sienten, están prohibidas por las normas, y qué cosas son hechas sin sentir y se hacen porque uno se siente obligado por dichas normas.
El siguiente paso es empezar a ejercitar la propia voluntad, el libre albedrío, es decir, empezar a actuar conforme uno siente, aunque para ello tenga que enfrentarse a las normas establecidas.

¿He de concluir de toda esta extensa exposición que todas las religiones son una farsa y que no representan para nada la voluntad de Dios?
Hombre, hasta ese extremo, no. El problema de las religiones es que, aunque han recogido algunos mensajes que sí son espiritualmente avanzados, piden al creyente que asuma un conjunto de creencias y normas como un lote, por dogma, sin razonamiento, con el argumento de que todo es “palabra de Dios". No existe libertad de pensamiento, libertad para escoger lo que realmente a uno le llega al alma, y para desechar lo que le resulta falso o irrelevante, ni para elegir en qué quiere uno creer o no creer. Los mandatarios de las religiones llevan utilizando durante mucho tiempo los mensajes espirituales elevados como gancho para atraer a las personas que sí se identifican con la elevación del mensaje, como el del amor al prójimo, pero que no lo hacen con el resto de normas absurdas que se han ido añadiendo progresivamente y que obstaculizan el avance espiritual. De esta manera, si la persona se deja llevar por la guía de los supuestos “representantes de Dios” sin atreverse a cuestionar la supuesta "palabra de Dios", por temor a la reprimenda de las autoridades eclesiásticas, poco a poco va renunciando a su voluntad, para pasar a vivir bajo la voluntad de unas normas escritas en libros muy antiguos, pero que quedan desfasadas para explicar y dar una solución satisfactoria a las experiencias vividas por uno mismo, de modo que se le pone al creyente un corsé tan apretado que le impide manifestarse con libertad. Cuando uno renuncia a su voluntad, está dando un paso hacia el fanatismo, porque queda a merced de la manipulación por parte de aquellos que se han erigido en los intérpretes de la palabra de Dios.
Hay verdades mezcladas con falsedades prácticamente en todas las religiones, filosofías e ideologías que existen. A cada uno le corresponde el trabajo de encontrar la verdad, su verdad, tomando un poco de aquí y otro de allí, aquello que su interior reconozca como verdadero y que le pueda servir para evolucionar.
 
Parece este un camino un poco inseguro si no se puede confiar en alguien físicamente vivo que te pueda dar un buen consejo cuando estés pasando por un trance difícil.
Ciertamente que entre vosotros hay personas con capacidad de orientar y aconsejar a los demás respecto a la espiritualidad por tener un conocimiento mayor de la realidad espiritual y una capacidad de amar más desarrollada, conseguida a base de haber vivido muchas vidas y haber trabajado mucho por el mejoramiento del interior. Pero estas personas no actúan de forma ostentosa. No se erigen en obispos o santos, ni se ponen un ropaje especial, sino que son personas con una vida aparentemente normal, pero con el firme deseo de mejorar interiormente y ayudar a los demás, que actúan sin alardes ni ostentaciones, de forma desinteresada, predicando con el ejemplo, y tienen que aguantar por ello las mayores injurias y calumnias de aquellos que quedan en evidencia en la comparación, por no estar a la altura moral del rango que dicen representar.
La influencia del mundo espiritual se deja sentir en todos y cada uno de vosotros, seáis ateos, agnósticos o creyentes de la Iglesia tal o cual. Pero lo hace muy sutilmente para que sea uno mismo el que decida. Que cada uno escuche primeramente la voz de su conciencia que es la mejor guía que pueda uno tener y después, que escoja el camino que quiere seguir.



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