Tal como los fisiólogos han estudiado el cuerpo físico y conocen su anatomía, así los Teósofos han estudiado el cuerpo Causal y han investigado ampliamente su constitución y las leyes que gobiernan su crecimiento. Viviendo como vivimos bajo las limitaciones de la conciencia en el plano físico, no podemos entender sino apenas muy vagamente la naturaleza del cuerpo Causal y el modo como la conciencia opera por su medio.
Tenemos, pues, que la segunda función del cuerpo Causal es la de almacenar los frutos de la evolución humana que el Ego va cosechando durante el curso de sus vidas sucesivas. Sin embargo, hay dos puntos dignos de notar con respecto a este crecimiento gradual del cuerpo Causal. El primero es, que durante el período que se pasa en el mundo celeste o plano mental al cerrarse un ciclo de vida, se digieren las experiencias de la vida que acaba de transcurrir en la tierra, y la esencia de esas experiencias se transfiere, en forma de facultades, al cuerpo Causal, entrando a hacer parte de él. Es como si la personalidad destilara todas sus experiencias, y antes de disolverse y desaparecer transmitiera el producto destilado, la valiosa esencia de todas esas experiencias, a su padre, o sea al Ego que le dio vida. Así el Ego incorpora en su propia constitución todas las valiosas lecciones recibidas en esa vida, y comienza cada nueva vida con las experiencias acumuladas en todas sus vidas anteriores. Este crecimiento del cuerpo Causal se asemeja notablemente al crecimiento de un árbol que pierde todo su follaje viejo cada año en el otoño después de transferir la savia a las ramas, y luego echa nuevas hojas en la primavera para absorber de la atmósfera alimento fresco y continuar creciendo. Esto explica el por qué al comenzar una nueva vida con un nuevo juego de cuerpos no tenemos recuerdo alguno de las experiencias pasadas en vidas anteriores, aunque sí tenemos la gran ventaja de que todas esas experiencias se han convertido en facultades y poderes, por haberlas almacenado en el cuerpo Causal. No hay memoria por que el nuevo cuerpo mental no pasó por esas experiencias. El que conserva el recuerdo de todas las vidas pasadas es el Ego que pasó por ellas; y ese recuerdo pueden revivirlo quienes sean capaces de elevarse en conciencia al plano del Ego y traer de allí al cerebro físico cuadros referentes a esas vidas.
El segundo punto que notar es el de que mucho de lo malo que vemos en la gente no es una cosa positiva sino que se debe tan solo a falta de desarrollo de cualidades y facultades buenas en su cuerpo Causal. Durante el proceso evolutivo nuestras experiencias son diferentes, y las diversas cualidades que constituyen un carácter perfecto se desarrollan no de una manera uniforme ni simultánea. Es como si varias personas empezaran a pintar sus propios retratos y cada uno lo hiciera siguiendo un orden diferente; cualquiera que fuera a mirar estos retratos mientras están todavía incompletos, encontraría que unas personas han pintado sus cabezas, otras sus manos o piernas, así en todo lo demás. Los retratos tendrán simetría y uniformidad cuando todos estén terminados; pero mientras tanto aparecerán muy incompletos y diferentes. Eso es lo que ocurre con nuestros caracteres; desarrollamos cualidades diferentes y en diferente orden, y empezamos a desarrollarlas en épocas distintas; y por eso parecemos tan incompletos y diferentes unos de otros.
Pues bien, lo que generalmente llamamos vicios se debe, en la mayoría de los casos, a la ausencia de las virtudes correspondientes que todavía no se han incorporado en el cuerpo Causal; son franjas obscuras en el espectro de nuestro carácter. El hábito de mentir se debe a ausencia de la cualidad de la veracidad en el cuerpo Causal, y así sucesivamente. Si bajo esta luz miramos a nuestros prójimos, tendremos que adoptar una actitud más caritativa hacia sus flaquezas y deficiencias de carácter, y en vez de considerarlos malos o pecadores, los consideraremos simplemente como incompletamente desarrollados; les falta terminar sus retratos, como tenemos que terminarlos todos; y no es razonable que adoptemos otra actitud que la de simpatía y tratemos de ayudarlos.
Otro punto que es bueno tener en mente a este respecto, es que aunque al final todos habremos desarrollado todas las cualidades necesarias para la perfección, el objetivo de la evolución no es producir finalmente un patrón igual para todos. Todos tenemos que ser perfectos; todos tenemos que desarrollarnos integralmente; y sin embargo hemos de ser únicos. Ni una sola pareja de individuos ha de ser exactamente igual, aunque sesenta mil millones de almas estén evolucionando hacia la perfección en el esquema del que hacemos parte. El esquema evolucionario para la humanidad no es como una fábrica moderna que lanza millones de unidades de un producto cualquiera exactamente iguales y difíciles de distinguir unas de otras. Cómo logra la Naturaleza, en su laboratorio, perfeccionar un número tan enorme de almas, a la vez que estas conservan su singularidad individual, es uno de aquellos misterios de la vida que no podemos esperar resolver mientras estamos todavía en los campos de la ilusión y sólo podemos ver las cosas de una manera parcial.
En el cuerpo Causal se almacena no sólo la quintaesencia de las experiencias por las que han pasado las personalidades en diferentes encarnaciones, y de las facultades que así se han desarrollado, sino también el Karma bueno o malo que estas personalidades han formado durante esas encarnaciones. Todo esto permanece en el cuerpo Causal como improntas potenciales o semillas, y gradualmente fructifica y determina las condiciones de las vidas futuras. Esta es la razón de llamar cuerpo Causal a este vehículo. En cada encarnación agotamos cierta cantidad de ese Karma acumulado, y agregamos otra porción, y así se mantiene una especie de cuenta corriente a través de las vidas sucesivas de las personalidades. Esta cuenta personal se salda solamente al alcanzar la Liberación cuando ya el Karma individual se ha agotado completamente.
El último punto por anotar acerca de las funciones del cuerpo Causal se refiere a los factores que determinan su crecimiento. Ya vimos cómo las experiencias por las que pasa la individualidad vida tras vida, por medio de las personalidades que son sus instrumentos, determinan su crecimiento. Pero este crecimiento no sucede al acaso; es guiado por dos influencias básicas que ejercen una constante presión y determinan la dirección del
crecimiento. Una de esas influencias es la unicidad del individuo que está evolucionando. Como se ha indicado ya, cada alma está destinada a ser individualmente única, y su
crecimiento está determinado en parte por esta unicidad que ya está presente de alguna manera misteriosa en la Mónada eterna, como lo indica la máxima oculta “Conviértete en lo que eres”. Esta unicidad individual ejerce una presión constante y firme sobre el crecimiento del alma durante todo el período de su evolución; y esta presión interna es la que asegura el logro de su perfección de acuerdo con su unicidad individual.
El otro factor, que está íntimamente ligado con el primero, es el papel que la Mónada o el individuo tiene que llenar en el Plan Divino. Cada uno tiene que desempeñar un papel definido en el esquema de la evolución, y el crecimiento de cada alma ocurre de tal manera que se va haciendo más idónea para cumplir ese papel eficazmente. Las experiencias por las que pasa, y las facultades que desarrolla, especialmente en las últimas etapas de su evolución, son de tal suerte que hacen descollar su unicidad individual y la preparan para cumplir el papel que se le ha asignado en el Esquema Divino.
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