Cada
ser humano, hombre o mujer, tiene su sueño personal, que, al igual
que ocurre con el sueño de la sociedad, a menudo está dirigido por
el miedo. Aprendemos a soñar el infierno en nuestra propia vida, en
nuestro sueño personal. El mismo miedo se manifiesta de distintas
maneras en cada persona, por supuesto, pero todos sentimos cólera,
celos, odio, envidia y otras emociones negativas. Nuestro sueño
personal también puede convertirse en una pesadilla permanente en la
que sufrimos y vivimos en un estado de miedo constante. Sin embargo,
no es necesario que nuestro sueño sea una pesadilla. Podemos
disfrutar de un sueño agradable.
Toda
la humanidad busca la verdad, la justicia y la belleza. Estamos
inmersos en una búsqueda eterna de la verdad porque sólo creemos en
las mentiras que hemos almacenado en nuestra mente. Buscamos la
justicia porque en el sistema de creencias
que tenemos no existe. Buscamos la belleza porque, por muy bella que
sea una persona, no creemos que lo sea. Seguimos buscando y buscando
cuando todo está ya en nosotros.
No hay ninguna verdad que encontrar. Dondequiera que miremos, todo lo
que vemos es la verdad, pero debido a los acuerdos y las creencias
que hemos almacenado en nuestra mente, no tenemos ojos para verla.
No
vemos la verdad porque estamos ciegos. Lo que nos ciega son todas
esas falsas creencias que tenemos en la mente. Necesitamos sentir que
tenemos razón y que los demás están equivocados. Confiamos en lo
que creemos, y nuestras creencias nos invitan a sufrir. Es como si
viviésemos en medio de una bruma que nos impide ver más allá de
nuestras propias narices. Vivimos en una bruma que ni tan siquiera es
real. Es un sueño,
nuestro sueño personal de la vida: lo que creemos, todos los
conceptos que tenemos sobre lo que somos, todos los acuerdos a los
que hemos llegado con los demás, con nosotros mismos e incluso con
Dios.
Toda
nuestra mente es una bruma que los toltecas llamaron mitote. Nuestra
mente es un sueño en el que miles de personas hablan a la vez y
nadie comprende a nadie. Esta es la condición de la mente humana: un
gran mitote, y así es imposible ver lo que realmente somos. En la
India lo llaman maya, que significa “ilusión”. Es nuestro
concepto de “Yo soy”. Todo lo que creemos sobre nosotros mismos y
el mundo, todos los conceptos y programas
que tenemos en la mente, todo eso es el mitote. Nos resulta imposible
ver quiénes somos verdaderamente; nos resulta imposible ver que no
somos libres.
Esta
es la razón por la cual los seres humanos nos resistimos a la vida.
Estar vivos es nuestro mayor miedo. No es la muerte; nuestro mayor
miedo es arriesgarnos a vivir: correr el riesgo de estar vivos y de
expresar lo que realmente somos. Hemos aprendido a vivir intentando
satisfacer las exigencias de otras personas. Hemos aprendido a vivir
según los puntos de vista de los demás por miedo a no ser aceptados
y de no ser lo suficientemente
buenos para otras personas.
Durante
el proceso de domesticación, nos formamos una imagen mental de la
perfección con el fin de tratar de ser lo suficientemente buenos.
Creamos una imagen de cómo deberíamos
ser para que los demás nos aceptaran. Intentamos complacer
especialmente a las personas que nos aman, como papá y mamá,
nuestros hermanos y hermanas mayores, los sacerdotes y los
profesores. Al tratar de ser lo suficientemente buenos para ellos,
creamos una imagen de perfección, pero no encajamos en ella. Creamos
esa imagen, pero no es una imagen real. Bajo ese punto de vista,
nunca seremos perfectos. ¡Nunca!
Como
no somos perfectos, nos rechazamos a nosotros mismos. El grado de
rechazo depende de lo efectivos que hayan sido los adultos para
romper nuestra integridad. Tras la domesticación, ya no se trata de
que seamos lo suficientemente buenos para los demás. No somos lo
bastante buenos para nosotros mismos porque no encajamos en nuestra
propia imagen de perfección. Nos resulta imposible perdonarnos por
no ser lo que desearíamos
ser, o mejor dicho, por no ser quien creemos que deberíamos ser. No
podemos perdonarnos por no ser perfectos.
Sabemos
que no somos lo que creemos que deberíamos ser, de modo que nos
sentimos falsos, frustrados y deshonestos. Intentamos ocultarnos y
fingimos ser lo que no somos. El resultado es un sentimiento de falta
de autenticidad y una necesidad de utilizar máscaras sociales para
evitar que los demás se den cuenta. Nos da mucho miedo que alguien
descubra que no somos lo que pretendemos ser. También juzgamos a los
demás según nuestra propia imagen de la perfección, y naturalmente
no alcanzan nuestras expectativas.
Nos
deshonramos a nosotros mismos sólo para complacer a otras personas.
Incluso llegamos a dañar nuestro cuerpo para que los demás nos
acepten. Vemos a adolescentes que se drogan con el único fin de no
ser rechazados por otros adolescentes. No son conscientes de que el
problema estriba en que no se aceptan a sí mismos. Se rechazan
porque no son lo que pretenden ser. Desean ser de una manera
determinada, pero no lo son, y esto hace que se sientan culpables y
avergonzados. Los seres humanos nos castigamos a nosotros mismos sin
cesar por no ser como creemos que deberíamos ser.
Nos maltratamos a nosotros mismos y utilizamos a otras personas para
que nos maltraten.
Pero
nadie nos maltrata más que nosotros mismos; el Juez, la Víctima y
el sistema de creencias son los que nos llevan a hacerlo. Es cierto
que algunas personas dicen que su marido o su mujer, su madre o su
padre las maltrató, pero sabemos que nosotros nos maltratamos
todavía más. Nuestra manera de juzgarnos es la peor que existe. Si
cometemos un error delante de los demás, intentamos negarlo y
taparlo; pero tan pronto como
estamos solos, el Juez se vuelve tan tenaz y el reproche es tan
fuerte, que nos sentimos realmente estúpidos, inútiles o indignos.
Nadie,
en toda tu vida, te ha maltratado más que tu mismo. El límite del
maltrato que tolerarás de otra persona es exactamente el mismo al
que te sometes tú. Si alguien llega a maltratarte un poco más, lo
más probable es que te alejes de esa persona. Sin embargo,
si alguien te maltrata un poco menos de lo que sueles maltratarte tú,
seguramente continuarás con esa relación y la tolerarás siempre.
Si
te castigas de forma exagerada, es posible que incluso llegues a
tolerar a alguien que te agrede físicamente, te humilla y te trata
como si fueras basura. ¿Por qué? Porque, de acuerdo con tu sistema
de creencias, dices: “Me lo merezco. Esta persona me hace un favor
al estar conmigo. No soy digno de amor ni de respeto. No soy
suficientemente bueno”.
Necesitamos
que los demás nos acepten y nos amen, pero nos resulta imposible
aceptarnos y amarnos a nosotros mismos. Cuanta más autoestima
tenemos, menos nos maltratamos. El abuso de uno mismo nace del
autorrechazo, y éste de la imagen que tenemos de lo que significa
ser perfecto y de la imposibilidad de alcanzar ese ideal. Nuestra
imagen de perfección es la razón por la cual nos rechazamos; es el
motivo por
el cual no nos aceptamos a nosotros mismos tal como somos y no
aceptamos a los demás tal como son.
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