miércoles, 17 de enero de 2018

Conocimiento de sí mismo (15) Cap. VI. Funciones del Cuerpo Emocional.

Como se dijo en el capítulo segundo, el cuerpo emocional ocupa el lugar que sigue al físico al ir de la periferia al centro de nuestro ser. Está compuesto de materia del plano emocional, de todos sus siete subplanos. Quien desarrolla la visión de este cuerpo por la vivificación de los chakras en el doble etérico, puede entrar en contacto con el plano emocional y observar sus fenómenos con ayuda de los sentidos pertenecientes al cuerpo emocional, tal como lo hacemos en el mundo físico con nuestros sentidos físicos.

Como estamos considerando este tema desde el punto de vista especial de la Renovación Propia, no es preciso describir la apariencia y constitución del cuerpo emocional, lo cual puede hallarse en cualquier texto elemental de Teosofía. El conocimiento detallado y exacto de la constitución y funciones del cuerpo emocional, solamente se necesita cuando desarrollamos los poderes extrasensorios y queremos usar este cuerpo como un vehículo de conciencia independiente en el plano emocional. Aquí sólo tenemos que tratar sobre hechos y datos que nos permitan entender la índole de nuestros deseos y emociones a fin de ayudarnos a purificar y controlar el cuerpo emocional. El control de los deseos es una de las tareas más necesarias y más difíciles que el candidato a la iluminación tiene que emprender desde el principio mismo, y es una tarea que solamente se completa ya casi al llegar al umbral del Nirvana. Las pruebas y sufrimientos más severos nos vienen al luchar con nuestra naturaleza emocional, y el que logra dominar sus deseos ha avanzado mucho en la senda hacia esa liberación.

Para entender el papel del deseo en nuestra vida, examinemos primero algunas funciones elementales del cuerpo emocional a más simple y generalmente no reconocida, es la de convertir en sensaciones las vibraciones que se reciben en el plano físico a través de los sentidos. Conforme a la ciencia moderna, las vibraciones captadas por los órganos sensorios se transmiten por los nervios a los centros cerebrales correspondientes, donde ocurre ese cambio extraño que las hace aparecer como sensaciones en la conciencia. Las doctrinas Teosóficas a este respecto son algo diferentes, porque se basan en una visión más amplia que permite rastrear estas vibraciones hasta mucho más allá del cerebro físico. El Teósofo coincide con el fisiólogo en lo referente a la transmisión de las vibraciones desde los órganos de los sentidos hasta los correspondientes centros cerebrales; pero afirma, con base en investigaciones que ha realizado, que esas vibraciones se reflejan primero del cerebro físico al cerebro etérico, y desde éste a los correspondientes centros del cuerpo emocional, donde aparecen como sensaciones.

Todos los órganos sensorios están situados en el cuerpo emocional. La conversión de las vibraciones físicas en sensaciones es, por tanto, una de las funciones primariasimportantes de este cuerpo. Los centros del cuerpo emocional que tienen que hacer esa transformación, no deben confundirse con los órganos sensorios del cuerpo emocional, por medio de los cuales se reciben impresiones del plano emocional cuando se ejercen los poderes extrasensorios. Estos centros del cuerpo emocional, que están conectados con los órganos sensorios físicos y convierten las vibraciones físicas en sensaciones, forman un juego separado e independiente, y empiezan a existir mucho más temprano en el curso de la evolución, junto con el sistema simpático nervioso.

Llegamos ahora a otra etapa en esta serie de cambios en el tránsito de las vibraciones físicas a la conciencia interna. Algunas de estas sensaciones permanecen como tales y se reflejan hacia adentro en el cuerpo mental, donde aparecen como percepciones corrientes de la mente. Pero otras sensaciones conllevan esa cualidad peculiar que denotamos con las palabras ‘agradable’ y ‘desagradable’, y entonces la mente las percibe como sensaciones agradables o desagradables. Esta clase de sensaciones se denominan ‘sentimientos’. Pero aún en esta etapa en que aparecen el dolor y el placer, la sensación sigue siendo sensación aunque se la llame por otro nombre. Tenemos, pues, que la segunda función del cuerpo emocional es la de agregar esta calidad de agradable o desagradable a algunas de las sensaciones, y convertirlas así en sentimientos placenteros o penosos.

Ahora bien, en esta etapa puede ocurrir un cambio primario y fundamental en la conciencia. Junto con ese sentimiento de placer o dolor puede surgir un deseo de volver a experimentar ese placer, o de evitar ese dolor. Esto es deseo, en su forma más simple y elemental. Nótese que en este cambio que envuelve atracción o repulsión, están involucrados tanto el cuerpo emocional como el mental. El elemento mental, aun en esta forma primaria de deseo, se debe a que hay memoria o anticipación, sin las cuales no podría nacer el deseo.

A medida que entran más factores mentales en esta entremezcla de sentimientos y pensamientos durante el curso de nuestra evolución, los deseos se vuelven más y más complejos e influyen cada vez más en nuestra vida. Sería un estudio psicológico muy interesante el de seguir el rastro del desarrollo de toda clase de deseos y analizarlos hasta en sus componentes más simples; pero como esto no importa para el tema entre manos, no vemos necesario entrar aquí en esto. La razón para que hayamos tocado esta cuestión tan sutil y hayamos tratado de rastrear la génesis del deseo, es la de entender mejor la naturaleza del deseo y poder saber en dónde tenemos que aplicar los frenos en esta serie de cambios en nuestro conciencia, cuando queremos controlar los deseos. Veamos unos pocos ejemplos concretos para explicar esto.

Supongamos que me siento a comer. Cierto bocado entra en contacto con mi paladar, afecta los puntos del gusto, inicia vibraciones físicas, y éstas aparecen como una sensación particular en el cuerpo emocional. Si el plato es sabroso la sensación será naturalmente agradable. Cuando termino el plato, la sensación se desvanece pero queda el recuerdo de la sensación, y este recuerdo puede, a la vista del mismo plato o por asociación de ideas, despertar más adelante el deseo de volver a experimentar esa sensación. Y entonces yo desearé volver a saborear ese plato particular.

Tomemos otro ejemplo. Salgo a dar una caminata, y al pasar ante un jardín noto un aroma particular que me agrada. Busco la flor que produce ese aroma, y entonces deseo tener esa planta en mi jardín para poder repetir esa sensación olfatoria.

Estos ejemplos pueden multiplicarse; pero estos dos sirven para ilustrar el punto de que tratamos, y nos permiten entender el principio que subyace en el control de los deseos. Se habrá visto que en tales casos se llega a un punto en que la sensación agradable o desagradable emerge en la conciencia, y que a ese punto llega inevitablemente toda persona que pase por esas experiencias, puesto que no podemos andar por ahí con las avenidas de nuestros sentidos cerradas.

El cambio en la conciencia contra el cual debemos estar en guardia y evitarlo si posible, si queremos no tener deseos, es el de sentir atracción o repulsión; pues ahí nace el deseo de repetir la sensación si es agradable, o de evitarla si es desagradable. Cuando andamos por el mundo y encontramos experiencias de toda clase, las vibraciones que nos tocan por todos lados han de producir sus correspondientes sensaciones, alguna de las cuales las sentiremos como agradables o como desagradables. Dije que algunas, porque esta cualidad de placer o dolor no caracteriza a todas las sensaciones. La mayoría de nuestras sensaciones visuales o auditoras no son ni agradables ni desagradables, sino simplemente lo que pudiéramos llamar percepciones mentales neutras.

Un hombre que no entiende la naturaleza del deseo, o que no está resuelto a controlarla, queda constantemente atrapado por esas atracciones y repulsiones, que son ligaduras que lo atan a los mundos inferiores. En cambio un hombre prudente que ha superado el deseo se mueve por el mundo en medio de esos mismos atractivos y pasando por las mismas experiencias, pero se mantiene libre porque no permite que su mente establezca conexión alguna con los objetos de deseo. Es necesario darnos cuenta de que no se causa daño alguno al sentir placer por ciertas experiencias; ese placer es un resultado natural de los contactos del cuerpo con los objetos placenteros. El problema surge cuando nos dejamos atar a un objeto con las ligaduras de atracción o de repulsión.

De lo dicho se sigue que quien es suficientemente fuerte para no dejarse afectar por el placer o el dolor mientras vive en medio de objetos agradables o desagradables, es un verdadero Vairagi (desapasionado), y no lo es quien le tema a verse envuelto en las redes del deseo y por eso se mantiene enclaustrado. Este último tendrá que salir algún día al campo abierto para aprender a superar las tentaciones en medio de ellas. Pero si bien este es el camino apropiado para quienes han desarrollado fuerza suficiente y han aprendido a controlar el deseo, un principiante que quiera luchar contra cualquier deseo en particular encontrará eso menos difícil si se aparta del ambiente que esté lleno de la tentación, hasta que haya desarrollado fuerza suficiente para resistir la tentación. Al bebedor que se mantiene en compañía de personas adictas a la bebida le será mucho más difícil superar su mal hábito, y por el principio hará bien en mantenerse en un ambiente puro y más sobrio. Pero no habrá superado verdaderamente su deseo mientras no pueda conservarse inafectado en compañía de bebedores y en medio de todas las atracciones de un bar moderno.


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