Como
se dijo en el capítulo segundo, el cuerpo emocional ocupa el lugar
que sigue al físico al ir de la periferia al centro de
nuestro ser. Está compuesto de materia del plano emocional, de todos
sus siete subplanos. Quien desarrolla la visión de este cuerpo por
la vivificación de los chakras en el doble etérico, puede entrar en
contacto con el plano emocional y observar sus fenómenos con ayuda
de los sentidos pertenecientes al cuerpo emocional, tal como lo
hacemos en el mundo físico con nuestros sentidos físicos.
Como
estamos considerando este tema desde el punto de vista especial de la
Renovación Propia, no es preciso describir la apariencia y
constitución del cuerpo emocional, lo cual puede hallarse en
cualquier texto elemental de Teosofía. El conocimiento detallado y
exacto de la constitución y funciones del cuerpo emocional,
solamente se necesita cuando desarrollamos los poderes extrasensorios
y queremos usar este cuerpo como un vehículo de conciencia
independiente en el plano emocional. Aquí sólo tenemos que tratar
sobre hechos y datos que nos permitan entender la índole de nuestros
deseos y emociones a fin de ayudarnos a purificar y controlar el
cuerpo emocional. El control de los deseos es una de las tareas más
necesarias y más difíciles que el candidato a la iluminación tiene
que emprender desde el principio mismo, y es una tarea que solamente
se completa ya casi al llegar al umbral del Nirvana. Las pruebas y
sufrimientos más severos nos vienen al luchar con nuestra naturaleza
emocional, y el que logra dominar sus deseos ha avanzado mucho en la
senda hacia esa liberación.
Para
entender el papel del deseo en nuestra vida, examinemos primero
algunas funciones elementales
del cuerpo emocional a más simple y generalmente no reconocida, es
la de convertir
en sensaciones las vibraciones que se reciben en el plano físico a
través de los sentidos.
Conforme a la ciencia moderna, las vibraciones captadas por los
órganos sensorios
se transmiten por los nervios a los centros cerebrales
correspondientes, donde ocurre
ese cambio extraño que las hace aparecer como sensaciones en la
conciencia. Las doctrinas Teosóficas a este respecto son algo
diferentes, porque se basan en una visión más amplia que permite
rastrear estas vibraciones hasta mucho más allá del cerebro físico.
El Teósofo coincide con el fisiólogo en lo referente a la
transmisión de las vibraciones desde los órganos de los sentidos
hasta los correspondientes centros cerebrales; pero afirma, con base
en investigaciones que ha realizado, que esas vibraciones se reflejan
primero del cerebro físico al cerebro etérico, y desde éste a los
correspondientes centros del cuerpo emocional, donde aparecen como
sensaciones.
Todos
los órganos sensorios están situados en el cuerpo emocional. La
conversión de las vibraciones
físicas en sensaciones es, por tanto, una de las funciones primarias
e importantes
de este cuerpo. Los centros del cuerpo emocional que tienen que hacer
esa transformación,
no deben confundirse con los órganos sensorios del cuerpo emocional,
por medio de los cuales se reciben impresiones del plano emocional
cuando se ejercen los poderes extrasensorios. Estos centros del
cuerpo emocional, que están conectados con los órganos sensorios
físicos y convierten las vibraciones físicas en sensaciones, forman
un juego separado e independiente, y empiezan a existir mucho más
temprano en el curso de la evolución, junto con el sistema simpático
nervioso.
Llegamos
ahora a otra etapa en esta serie de cambios en el tránsito de las
vibraciones físicas a la conciencia interna. Algunas de estas
sensaciones permanecen como tales y se reflejan hacia adentro en el
cuerpo mental, donde aparecen como percepciones corrientes de la
mente. Pero otras sensaciones conllevan esa cualidad peculiar que
denotamos con las palabras ‘agradable’ y ‘desagradable’, y
entonces la mente las percibe como sensaciones agradables o
desagradables. Esta clase de sensaciones se denominan ‘sentimientos’.
Pero aún en esta etapa en que aparecen el dolor y el placer, la
sensación sigue siendo sensación aunque se la llame por otro
nombre. Tenemos, pues, que la segunda función del cuerpo emocional
es la de agregar esta calidad de agradable o desagradable a algunas
de las sensaciones, y convertirlas así en sentimientos placenteros o
penosos.
Ahora
bien, en esta etapa puede ocurrir un cambio primario y fundamental en
la conciencia. Junto con ese sentimiento de placer o dolor puede
surgir un deseo de volver a experimentar ese placer, o de evitar ese
dolor. Esto es deseo, en su forma más simple y elemental. Nótese
que en este cambio que envuelve atracción o repulsión, están
involucrados tanto el cuerpo emocional como el mental. El elemento
mental, aun en esta forma primaria de deseo, se debe a que hay
memoria o anticipación, sin las cuales no podría nacer el deseo.
A
medida que entran más factores mentales en esta entremezcla de
sentimientos y pensamientos
durante el curso de nuestra evolución, los deseos se vuelven más y
más complejos
e influyen cada vez más en nuestra vida. Sería un estudio
psicológico muy interesante
el de seguir el rastro del desarrollo de toda clase de deseos y
analizarlos hasta en sus componentes más simples; pero como esto no
importa para el tema entre manos, no vemos necesario entrar aquí en
esto. La razón para que hayamos tocado esta cuestión tan sutil y
hayamos tratado de rastrear la génesis del deseo, es la de entender
mejor la naturaleza del deseo y poder saber en dónde tenemos que
aplicar los frenos en esta serie de cambios en nuestro conciencia,
cuando queremos controlar los deseos. Veamos unos pocos ejemplos
concretos para explicar esto.
Supongamos
que me siento a comer. Cierto bocado entra en contacto con mi
paladar, afecta los puntos del gusto, inicia vibraciones físicas, y
éstas aparecen como una sensación particular en el cuerpo
emocional. Si el plato es sabroso la sensación será naturalmente
agradable. Cuando termino el plato, la sensación se desvanece pero
queda el recuerdo de la sensación, y este recuerdo puede, a la vista
del mismo plato o por asociación de ideas, despertar más adelante
el deseo de volver a experimentar esa sensación. Y entonces yo
desearé volver a saborear ese plato particular.
Tomemos
otro ejemplo. Salgo a dar una caminata, y al pasar ante un jardín
noto un aroma particular
que me agrada. Busco la flor que produce ese aroma, y entonces deseo
tener esa planta en mi jardín para poder repetir esa sensación
olfatoria.
Estos ejemplos pueden multiplicarse; pero estos dos sirven para ilustrar
el punto de que tratamos,
y nos permiten entender el principio que subyace en el control de los
deseos. Se habrá visto que en tales casos se llega a un punto en que
la sensación agradable o desagradable
emerge en la conciencia, y que a ese punto llega inevitablemente toda
persona que pase por esas experiencias, puesto que no podemos andar
por ahí con las avenidas de nuestros sentidos cerradas.
El
cambio en la conciencia contra el cual debemos estar en guardia y
evitarlo si posible, si queremos
no tener deseos, es el de sentir atracción o repulsión; pues ahí
nace el deseo de repetir la sensación si es agradable, o de evitarla
si es desagradable. Cuando andamos por el mundo y encontramos
experiencias de toda clase, las vibraciones que nos tocan por todos
lados han de producir sus correspondientes sensaciones, alguna de las
cuales las sentiremos como agradables o como desagradables. Dije que
algunas, porque esta cualidad de placer o dolor no caracteriza a
todas las sensaciones. La mayoría de nuestras sensaciones visuales o
auditoras no son ni agradables ni desagradables, sino simplemente lo
que pudiéramos llamar percepciones mentales neutras.
Un
hombre que no entiende la naturaleza del deseo, o que no está
resuelto a controlarla, queda
constantemente atrapado por esas atracciones y repulsiones, que son
ligaduras que lo atan a los mundos inferiores. En cambio un hombre
prudente que ha superado el deseo se mueve por el mundo en medio de
esos mismos atractivos y pasando por las mismas experiencias, pero se
mantiene libre porque no permite que su mente establezca conexión
alguna con los objetos de deseo. Es necesario darnos cuenta de que no
se causa daño alguno al sentir placer por ciertas experiencias; ese
placer es un resultado natural de los contactos del cuerpo con los
objetos placenteros. El problema surge cuando nos dejamos atar a un
objeto con las ligaduras de atracción o de repulsión.
De
lo dicho se sigue que quien es suficientemente fuerte para no dejarse
afectar por el placer
o el dolor mientras vive en medio de objetos agradables o
desagradables, es un verdadero
Vairagi (desapasionado), y no
lo es quien le tema a verse envuelto en las redes del
deseo y por eso se mantiene enclaustrado. Este último tendrá que
salir algún día al campo
abierto para aprender a superar las tentaciones en medio de ellas.
Pero si bien este es el camino apropiado para quienes han
desarrollado fuerza suficiente y han aprendido a controlar el deseo,
un principiante que quiera luchar contra cualquier deseo en
particular encontrará eso menos difícil si se aparta del ambiente
que esté lleno de la tentación, hasta que haya desarrollado fuerza
suficiente para resistir la tentación. Al bebedor que se mantiene en
compañía de personas adictas a la bebida le será mucho más
difícil superar su mal hábito, y por el principio hará bien en
mantenerse en un ambiente puro y más sobrio. Pero no habrá superado
verdaderamente su deseo mientras no pueda conservarse inafectado en
compañía de bebedores y en medio de todas las atracciones de un bar
moderno.
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