miércoles, 24 de enero de 2018

Conocimiento de sí mismo (17) Cap. VI. Funciones del Cuerpo Emocional.

Llegamos ahora a otro grupo de fenómenos de la conciencia que aunque se derivan del deseo forman una clase aparte. Se llaman ‘emociones’ y son resultado en parte de la actividad del cuerpo emocional, y en parte de la actividad del cuerpo mental.

Hemos visto que el deseo, en su aspecto elemental, se caracteriza por la atracción y repulsión hacia objetos, y porque pone en actividad los poderes mentales para obtener o evitar esos objetos. Uno de los resultados de esta íntima y constante relación entre el deseo y el pensamiento, es que nacen diferentes clases de emociones. Eso hace de la emoción un estado complejo de conciencia, constituido tanto por el deseo como por el pensamiento En el caso de algunas emociones, esto no parece muy evidente; pero si se las analiza minuciosamente se encontrará siempre la presencia de los tres elementos esenciales: sentimiento, atracción o repulsión, y pensamiento, en intensidades y proporciones diferentes. Así, cuando admiramos un bello atardecer puede parecer superficialmente que la emoción no contiene el elemento de atracción o repulsión; pero un detenido análisis del estado de la mente mostrará que está presente el elemento de placer y la consiguiente atracción o deseo. El hecho mismo de gustarnos contemplar ese atardecer, muestra que existe el elemento de placer y atracción; cuando vemos una cosa horripilante le volvemos la espalda instintivamente. No hace falta entrar en más detalles sobre esto; podemos pasar a la cuestión más importante de la relación entre diferentes emociones y su papel en la vida.

Vistas superficialmente, las emociones tan variadas que experimentamos en diversas épocas y ocasiones parecen formar una maraña sin base para su clasificación. Incluso la psicología moderna con sus extensas investigaciones y su afán de clasificar no ha intentado esta difícil tarea de poner cierto orden en esta esfera aparentemente caótica de la mente. Pero esta confusión y la ausencia de un principio guiador para clasificar las emociones, es apenas aparente. Todas las emociones se relacionan entre sí, y esta relación ha sido estudiada con mucha aptitud y cuidado por el doctor Bhagavan Das en su bien conocido libro La Ciencia de las Emociones. Muestra que todas las emociones nacen de dos emociones primarias: Amor y Odio, basadas en las atracción y la repulsión. Cuando estas emociones de amor y odio se dirigen hacia un superior, un inferior, o un igual, asumen aspectos diferentes; y las permutaciones y combinaciones de estas seis emociones secundarias (tres derivadas del amor y tres del odio), al combinarse con otros factores mentales, dan origen a la mayoría de las emociones que los psicólogos conocen. No es necesario entrar en mayores detalles sobre esta cuestión ahora, sino pasar de una vez a ver por qué esta idea fundamental afecta nuestra vida y cómo podemos utilizarla sistemáticamente para la formación del carácter.

Puesto que toda vida, cualquiera que sea su forma y plano en que se manifieste, es una sola en esencia y es expresión de la Vida Divina, todos estamos unidos por lazos de unidad espiritual que no podemos ver en los mundos inferiores de ilusión y separatividad. Y todo cuanto marche en armonía con esta verdad fundamental, con esta ley de unidad, debe producir felicidad. Y todo cuanto establezca conflicto con ella debe causar infelicidad y daño. Por eso es que el amor, que es el cumplimiento de esta ley de la Unidad, invariablemente trae felicidad, y que el odio, que no tiene en cuenta esa ley, es fuente de miseria sin fin. Esta ley de la Vida Una no es una doctrina religiosa hipotética que hay que aceptar como de fe, sino una ley que podemos comprobar fácilmente con unos pocos meses de experimentación. Cualquiera que desee comprobarla, anote sistemáticamente en una libreta de apuntes la condición de su mente (en cuanto a felicidad o miseria) al experimentar con estas diferentes clases de emociones basadas en el amor y el odio. Encontrará con sorpresa que el amor y la felicidad siempre marchan juntos, y que otro tanto ocurre con el odio y la miseria. Y que lo que han enseñado todos los instructores religiosos acerca de la necesidad de cultivar el amor, es realmente cierto y se basa en la experiencia efectiva.

Al hombre común y corriente puede parecerle extraño que todos los seres humanos estén unidos por lazos invisibles de unidad espiritual, y que, no obstante, peleen y traten de destruirse unos a otros y causen tanto conflicto en el mundo. Pero esto se debe a que la mente inferior cubre y oscurece esa conciencia de la unidad y hace que cada individuo se sienta como una unidad aislada e independiente. Cuando se suprime este obscurecimiento, la unidad espiritual se revela, y entonces a ese individuo le es imposible odiar o perjudicar a nadie.

De esto se sigue que si queremos ser felices siempre, hemos de eliminar completamente de nuestra vida todas las emociones basadas en el odio, y cultivar tan por completo como podamos las que tienen sus raíces en el amor. Pero la ley del hábito nos gobierna tanto en el mundo emocional como en el físico; tendemos a dejarnos arrastrar por emociones que habitualmente nos complacen, y a hallar difícil despertar emociones que no sentimos frecuentemente. Por eso el problema se reduce a que cultivemos sistemáticamente hábitos emocionales buenos, que implantemos y alimentemos los que se basan en el amor, y extirpemos los que se derivan del odio. La clasificación de las emociones a que ya se hizo referencia, nos guiará para distinguir entre esas dos clases de emociones y poder formar una vida emocional sana.

Cuando empecemos a reconstruir de esta manera nuestra vida emocional, observaremos que lo que en realidad estaremos haciendo es cultivar virtudes y desalojar vicios, los cuales en la mayoría de los casos no son más que hábitos emocionales basados respectivamente en el amor o en el odio. Veremos así que llevar una vida virtuosa no es sólo cuestión de desearlo o de aspirar a ello, sino de formar hábitos emocionales correctos. Y que esta tarea puede acometerse de un modo sistemático y cumplirse con la ayuda de las leyes que operan en este campo.

Esta relación de las emociones con las virtudes y los vicios, muestra también, incidentalmente, el papel que juega una vida virtuosa dentro del problema mayor de la Realización directa. El sólo cultivo de virtudes asegura una vida emocional sana y correcta, pero apenas desempeña un papel subordinado aunque importante en esta Realización. Vivir virtuosamente es necesario como base para la vida superior del Espíritu, pero no puede sustituir esa vida. La meta del esfuerzo humano está mucho más alta que el mero vivir virtuosamente: es la Realización Directa. Solamente cuando un individuo ha encontrado esa Verdad de la existencia y vive a la luz de esa Realización, puede gozar de paz permanente y estar por encima de los torbellinos e ilusiones y sufrimientos de la vida inferior.


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