Trataremos
ahora la relación entre el deseo y la voluntad. Puede parecerle al
lector que estas
cuestiones son de interés puramente teórico y por tanto sin
importancia para el que quiera
renovarse y educarse. Pero no hay tal. El conocimiento que nos
permite comprender bien la índole del deseo, es esencial para
intentar un dominio práctico sobre nuestra naturaleza de deseos. Y
quien intente controlar sus deseos sin tal conocimiento será tan
necio y tendrá tan pocas probabilidades de lograrlo, como un general
que invade con su ejército territorio enemigo sin un conocimiento
del terreno, de la disposición de las tropas enemigas y sus puntos
fuerte y débiles.
Acabamos
de ver que la índole esencial del deseo consiste en la tracción que
se siente por objetos que proporcionan placer o en la repulsión por
los que producen dolor. Esta
atracción
o repulsión prueba la existencia de un poder. Y este poder se ha
encontrado que es
de esencia igual al poder de la voluntad. Por tanto, no existe
diferencia esencial entre deseo
y voluntad. En cierto sentido, el deseo no es sino el reflejo de la
voluntad en el plano emocional. La diferencia entre deseo y voluntad
consiste en el hecho de que en el caso del deseo el poder del yo es
provocado por objetos externos que le hacen sentir atracciones o
repulsiones, mientras que en el caso de la voluntad ese poder brota
independiente de cualquier estímulo externo y es autodeterminado.
Esta
identidad esencial de la naturaleza del deseo y de la voluntad, se
observa en dos hechos
importantes que cualquiera puede ver por sí mismo. El primero es
que tanto el deseo
como la voluntad conllevan el poder de realizarse. Cualquier cosa que
deseamos podemos
realizarla aunque no siempre inmediatamente. En el momento en que
colocamos ante nosotros cualquier objeto y empezamos a desearlo
comienza un acercamiento, con atracción proporcional a la intensidad
del deseo. Si este es suficientemente fuerte y las circunstancias son
favorables, podremos agarrar el objeto inmediatamente. Pero en caso
de que las circunstancias no sean favorables, o de que el objeto sea
tal que sólo pueda adquirirse con esfuerzos prolongados, aun
entonces el acercamiento empieza en el momento en que comenzamos a
desearlo, y sólo es cuestión de tiempo cuándo quedará cumplido
nuestro deseo.
Tomemos
unos pocos ejemplos para ilustrar esto. Supongamos que deseo oír
buena música. No tengo que hacer más que sintonizar la radio para
satisfacer ese deseo. Pero supongamos que deseo poseer riquezas.
Entonces tendré que trabajar duro, que sacrificar mis comodidades y
placeres, que administrar con cuidado mis recursos; y si tengo
suficientes capacidades en estos sentidos lograré amasar lentamente
una riqueza y realizar mi ambición en esta vida. Pero si muero o no
logro realizar mi ambición en esta vida y mi deseo persiste, naceré
en mi vida siguiente con mayores capacidades en este sentido y en
mejores circunstancias; y entonces realizaré mi acariciada ambición.
Pero supongamos que en vez de desear estos objetos transitorios,
deseo alcanzar la Iluminación. Obviamente, este no es un deseo que
se puede satisfacer inmediatamente. Tendré que trabajar por muchas
vidas; tendré que formar gradualmente un carácter noble y puro;
tendré que purificar mi naturaleza inferior; tendré que desarrollar
lentamente todas mis posibilidades divinas, vida tras vida; y si
mantengo la intensidad necesaria de deseo y perseverancia, algún día
me encontraré en la cumbre del monte, iluminado y libre. Vemos así
que en el deseo hay el mismo irresistible poder de realización que
asociamos con la voluntad.
El
segundo hecho que muestra la identidad esencial del deseo y la
voluntad, es que el deseo se funde con la voluntad cuando se purifica
y se libra de la contaminación del yo personal. Como se ha dicho
ya, cuando la energía del yo es estimulada o provocada por objetos
externos, es deseo; y cuando es impersonal y brota en cumplimiento
de un propósito Divino, es pura voluntad espiritual. De suerte que a
medida que esta energía se purifica del elemento personal, va
alcanzando su condición de voluntad pura y sin mezcla. Lo que
degenera a la voluntad en deseo es la escoria del yo personal; cuando
se quema esa escoria queda el oro puro de la voluntad.
Para
aclarar más esta relación, tabulamos en seguida ciertos deseos que
todos conocemos, y el lector verá de inmediato cómo la purificación
gradual del deseo lo aproxima más y más a nuestro concepto de la
voluntad espiritual, hasta hacerlos indistinguibles. Tomemos los
siguientes deseos en el orden en que se dan a continuación:
(1)
El deseo de gratificación sensual.
(2)
El deseo de ayudar a que nuestra familia viva con comodidad y
decencia.
(3)
El deseo de servir a nuestra patria.
(4)
El deseo de servir a la humanidad.
(5)
El deseo de unificar nuestra voluntad con la Voluntad Suprema.
Al
recorrer en orden descendente esta serie, vemos fácilmente que el
deseo se va tornando en voluntad, y que en su forma más elevada no
es sino cuestión de palabras llamar deseo o voluntad a esta energía.
Si se usa la palabra deseo para describir esta última modalidad, es
porque puede quedar en ella cierto elemento emocional mientras la
conciencia esté confinada dentro de la personalidad y la cuestión
se mire desde abajo, por decirlo así.
Una
conclusión importante que se puede sacar de esta identidad esencial
entre el deseo y la voluntad, es que el poseer una fuerte naturaleza
de deseos no es siempre una desventaja o algo que deba afanarnos. La
fuerte corriente de deseos esconde bajo su capa de egoísmo las aguas
puras de la voluntad espiritual y bastará retirar esa capa, para
tener a nuestra disposición el tremendo poder de la voluntad
espiritual. Por tanto, y desde el punto de mira superior, quienes
tienen fuertes deseos son más promisorios que aquellos cuyos deseos
son débiles o son demasiado perezosos para luchar por algo con
energía, cuya reacción general a su ambiente o a sus ideales carece
de todo vigor. En esta verdad se basa el dicho de que cuanto más
grande es el pecador, más grande será el santo.
Por
esta relación entre el deseo y la voluntad vemos también por qué
la eliminación gradual de los elementos personales de la vida de un
individuo tiende a hacer más y más puros sus actos. En las primeras
etapas de la evolución, mientras el deseo rige su vida, el poder
motriz de la acción es el deseo. Cuando se despierta el deseo por
cualquier cosa, la mente se pone a pensar modos y medios de
satisfacerlo; y si el deseo es suficientemente fuerte y persistente,
se convierte en acción, tarde o temprano. En esta búsqueda de
objetos deseables de toda clase, el individuo se mantiene ocupado
constantemente; adquiere experiencia y evoluciona los diversos
poderes mentales. En etapas posteriores de la evolución, con el
despuntar de Viveka (discernimiento) y la eliminación progresiva de
los deseos personales, la voluntad adquiere ascendencia gradualmente
y se convierte en el poder motriz de la acción. Al purificarse así
la acción, la voluntad se vuelve más y más impersonal y va
reflejando mejor la Voluntad Divina. En esta condición, la acción
no ata ya al individuo, por que no la ejecuta en beneficio propio
sino como una ofrenda al Supremo. En verdad sería más correcto
decir que en las etapas superiores de purificación la acción no la
lleva a cabo el individuo sino que se cumple por medio de él.
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